sábado, 14 de noviembre de 2020

Que el mundo se me parezca

 

Que el mundo se me parezca

 

El confinamiento nos ha traído, aparte de algunas otras decenas de cosas, reflexión. Es cierto que estamos encerrados, y que cuando conseguimos escapar a las mieles de Netflix, Facebook o Youtube, cuando ya hemos comido, ya hemos fregado los platos, y convenientemente secado y guardado en la alacena, cuando la escoba, recogedor y fregona ya han hecho su función de sobremesa, los niños hacen un puzle despreocupados, la familia está bien, menos mal, al fin hemos apagado la radio que ha sembrado de ondas el hogar desde esta mañana, cuando ya hemos hecho todas nuestras labores, miramos por la ventana para ver si todo sigue en pie, y miramos al cielo y sentimos que es el mismo que hace mil años, y probablemente más, y en ese estado de súbita paz, se nos presenta esa oportunidad deliciosa que el mundo nos brinda rara vez: la oportunidad de reflexionar.

 

Hasta aquí todo correcto. Aguardar un instante antes de conectar el ordenador, de desbloquear la pantalla del móvil, de retomar la novela que quedó ayer abandonada ya no sé por dónde (bendito marcapáginas), retener esa pulsión de hacer algo, contener el nervio agitador, unos minutos, y sentarse. Y respirar pausadamente (cien respiraciones profundas bastan para encontrar la paz) y después, entregarse a la reflexión.

 

Ahora bien: confundimos reflexión y pensamiento. La reflexión no es automática, es voluntaria y supone un esfuerzo, una preparación, un ritual. El pensamiento es automático, autónomo e involuntario. Los pensamientos tratan de infiltrarse en nuestro ánimo (¿en nuestra ánima?) en mitad de una serie fulgurante, en mitad de un libro sensual, mientras freímos huevos o pelamos patatas, en mitad de una partida de parchís, cuando bajamos, discretamente, a sacar la basura, o cuando frotamos esa sombra de sospecha y contagio bajo el grifo, con abundante jabón.

 

El pensamiento irrumpe, no está sujeto a voluntad, y por ello es mecánico, automático, sumiso al funcionamiento del ego, ajeno al protocolo de la conciencia. Así, ¿quién encontrará a Dios en mitad de este encierro? Esa no es la pregunta, la pregunta sería: ¿alguien se detendrá a buscarlo? La presente situación debería nutrir esta pregunta. Pero la mente, compañera y contumaz, completa nuestros vacíos con sus mecánicas, exentas a nuestra voluntad, a nuestra conciencia.

 

La reflexión supone un esfuerzo, no más. Una purga de automatismos. Un vértigo y una separación de todo lo que tenemos sembrado (y larvado) en la mente. A la auténtica reflexión se llega cuando aplicamos la receta del Maestro de Nazaret: “niégate a ti mismo”. Sin ello, no hay reflexión, solo confirmación, y eso no es más que la aceptación de lo que otros han decidido por nosotros: lo que terceros se esforzaron en sembrarnos, bien hondo, en nuestra mente, o en nuestro vientre.

 

La prueba: últimamente encuentro abundantes mensajes en redes sociales, mensajes vocales en programas de radio, correos electrónicos o mensajes de texto, en los que la gente blande orgullosa esa “reflexión”, que no lo es en verdad, que parece propia: “bueno, que este virus sirva al menos para hacernos reflexionar sobre nuestro modo de vivir, basado en la sobreproducción y el excesivo consumo”. “Bueno, al menos con este encierro la Tierra puede tomarse unos días de respiro”. “Bueno, esto nos viene de vuelta, por la explotación que ejercemos los países ricos sobre los pobres”. Bueno, muy bien. Todo ello son pensamientos, no reflexiones. Pero ¿de dónde salen?

 

Escucharé y miraré de frente, a oídos francos y ojos sinceros, a todo aquel que me brinde una reflexión de verdad, algo que tenga que ver consigo mismo. Pero escuchar frases embotelladas, recién descorchadas para la ocasión, que evidencian la clara ausencia de criterio propio, íntimo, sacando a pasear alegremente manidos discursos, que otros se ocupan de desempolvar día y noche, a merced de sus propias ideologías, de sus egos, de sus mentes, no me aportan nada.

 

Cualquier reflexión auténtica debe nacer de sí mismo. Tenemos tan intrincada la costumbre de mirar afuera, que nos hemos olvidado de nosotros. Recabamos en “nosotros” solo cuando se trata de confirmarse a sí mismo, de justificarse, de defender las posturas propias. Pero “replantearse”, “redescubrirse”, “negarse”, eso es solo para los valientes, para los aventureros. La única y auténtica aventura que nos brinda este encierro, y que muy pocos se atreven a encarar.

 

El ego tiene sus razones, que el corazón no entiende: “Yo, antes del encierro, ya pensaba que el capitalismo era la mayor lacra implantada en nuestras sociedades; ahora, aprovecho la coyuntura para confirmarlo, y expresarlo a los cuatro vientos”.

 

Pues no. Este virus no entiende de capitalismos, de machismos, de riquezas ni de pobrezas, de xenofobias ni de fronteras: este virus no es más que una sincera expresión de la Verdad, y la Verdad no está sujeta a subjetividades propias del ego o ideologías, la Verdad no tiene límites, se nos filtra a cada segundo, por cada poro de la piel, estamos impresos en ella, y ella se nos imprime insistentemente en la mirada, y quien tenga ojos, que vea.

 

Estas cuitas precocinadas, reflexiones de microondas, no van más que dirigidas a henchir ese concepto sabiamente restaurado por Antonio Escohotado: “El sesgo de confirmación”. Así, estos saberes de quita y pon, que brotan con tanta frescura últimamente en redes y medios, evidencian que vivimos enfrascados en nuestro propio ego. Y el ego, enamorado de sí, el ego, que no atiende a razones ni a corazones, establece que sus criterios son los correctos, y que el mundo en el que vive se equivoca, las personas se equivocan, es él quien lleva la carta ganadora, y que sirva esta pandemia para confirmárselo. Arguye el mordaz Pablo Iglesias, en su última y decorosa entrevista concedida a El diario punto es, que esta situación ha hecho que viejas camisas del liberalismo se hayan dado cuenta de que (atención, que vienen curvas): Él tiene razón. La tenía antes, la tiene ahora, y la tendrá después.

 

No, señores, hasta que no nos bajemos de ese burro terco y sesgado, por mucho que queramos presentarlo como un enarbolado corcel, no tendremos razón, no estaremos en posesión de ninguna verdad (ni siquiera si atinamos con dos o tres verdades, así por azar). El ejercicio no es ese: el ejercicio es cumplir con tus rituales diarios, comer ligero, hidratar bien el cuerpo, refrescar bien la mente, sentarse, respirar (cien veces ya es ideal), y ponerse a mirar, con sabia paciencia, aquello otro que hay detrás de las máscaras:

 

¿Quién soy yo en realidad?

 

Respuesta a UTBH sobre su vídeo "VOX, ¿EN SERIO?"

 

Respuesta a UTBH a partir de su vídeo “Vox, ¿en serio?

https://www.youtube.com/watch?v=DAzyEWpx-sw&t=1s

 

El mundo funciona con dicotomías. Estamos tan presos de nuestra estructura mental, que salirnos de ese sencillo mecanismo, es casi como sacarse una estaca del vientre. Duele, sí, pero tratar de sacarla duele aún más. La cosa es que, una vez sacada, se siente un gran alivio. Y una vez sanada la herida, al fin comprendemos cuál es el estado natural que debíamos tener, antes de que alguien (¿nosotros mismos?) nos hincara (nos hincáramos) la estaca en pleno vientre.

La mente es así, así son los prejuicios. Así concebimos el mundo, y salirnos de eso, repito, es dolorosísimo, así que la mente crea sus propios mecanismos de defensa para evitar el dolor: “no voy a sacarme esta estaca, moriré desangrado”, o, aún mejor: “¿Estaca? Yo no tengo ninguna estaca… tú sí, la veo perfectamente”. En fin, esto ya lo trataron algunos sabios en la antigüedad, temas de ojos y bigas…

Así que, utbh, encontrar personas como tú, que basan todo su trabajo en salirse de las fórmulas maniqueas, observando y criticando lo que se produce a izquierda y derecha, es un acto valeroso, qué duda cabe. Te labra, por supuesto, enemigos a uno y a otro lado, y me gusta ver que en numerosas ocasiones has declarado que no te importa. Lo aplaudo, francamente.

Ahora bien, en este juego de decorticar la realidad, debemos tratar de colocar tantas cartas sobre el tapete como sea posible. Colocarlas todas resulta imposible (creo que el origen de la mística está, precisamente, en intentar contemplar de un vistazo todas las cartas que tienen su importancia en la partida, todas al tiempo: ello bloquea el entendimiento, y lo hace a uno salirse de la mente y habitar en el silencioso Nirvana… Por ello los místicos hablan tan poquito de política, creo yo).

Pero bueno, sí que está bien colocar tantas cartas sobre el tapete como le sea posible a nuestro intelecto. Al menos eso muestra un auténtico interés en conocer la realidad. En este asunto de Vox, tú has colocado una carta indispensable, una carta que los fanáticos estructurados, plenamente identificados con ese partido, descartarán y rechazarán sin dudar. Los fanáticos de otros partidos opuestos colocarán otras cartas, algunas, incluso, que no forman parte de esta baraja… Harán trampas, como es común en el mundo de la política.

La carta que has colocado tú es la siguiente: Vox no es un partido nazi, ni se identifica con el nacismo, sin embargo, Rocío de Meer, al publicar aquel vídeo, cometió un simple error de falta de atención y prudencia, no habiéndose informado previamente de la procedencia del mismo. La parte en la que simulas unas idílicas disculpas de Rocío de Meer es fantástica. Porque en el fondo piensas que es el fondo de Vox, y de esta diputada (yo, personalmente, también lo pienso). Y lo que criticas finalmente es la hipocresía en la que caen al tratar de correr un tupido velo ante el suceso, enviar balones fuera, con palabras medio vacías y pueriles con las que parecen tratarnos de idiotas. Fabulosa carta, en serio, la que has puesto sobre el tapete.

Yo voy a colocar otra más: ¿cómo funciona la política? En realidad, esta pregunta nos lleva al inicio de mi mensaje: ¿cómo funciona la mente? Con este sistema maniqueo de buenos y malos, de blancos y negros, de izquierdas y derechas, donde nos instalamos por comodidad mental (porque confrontar la idea de quiénes somos nosotros en verdad, es tan duro como sacarse una estaca del vientre). Pues bien, en un momento dado de este mensaje te decía que aplaudo tu actitud, por tratar de huir de estas fórmulas maniqueas en las que, por otro lado, la mayor parte de los consumidores de política viven. ¿Y por qué llamo la atención sobre este hecho? Porque es excepcional. Si fuera común, creo, no existirías… O ya te habrías dejado absorber por uno de los dos polos (como sí le ha sucedido a algún que otro youtuber que antes seguía, y ya no sigo). Eres excepcional, utbh, y eso significa que debes estar bastante solo. Rodeado de poquitas personas que, seguramente, también traten de salirse de esas fórmulas maniqueas. Y así se está mucho mejor (también sé lo que es). Eso significa que la mayor parte de las personas sí están atrapadas por el maniqueísmo, el partidismo, la identificación de tantas cosas que se proponen allá afuera de su piel. Algunos políticos (no todos) también lo saben, utbh. Algunos, incluso, se baten por lo que creen que es un mejor modelo de convivencia para un territorio. Lo hacen desde un gran egocentrismo (pues parten de la base de que ellos saben lo que es mejor para los demás), pero, aun así, es un poco lo que hacemos todos cada vez que damos una opinión… En su caso, mucho más desmedido, pero bueno, no lo hacen con mala intención.

Muchos políticos, si no todos, saben que sus votantes, en su inmensa mayoría, son personas dominadas por esta estructura mental: el maniqueísmo. Sánchez o Iglesias son claros ejemplos de ello: cuando cometen un patinazo, saben tirar balones fuera como nadie, o, en casos extremos, sacar su repertorio de palabras arrojadizas: “fascista, ultraderecha, etc.”. Lo hacen a sabiendas (se ve, algunos vemos, que no creen en lo que dicen. Pero saben que así funciona el juego, porque así funcionan las personas). Son publicistas.

Vox también lo sabe, y aunque hubiera sido fantástico que se hubieran producido las disculpas que emulas en tu vídeo, saben que no se están dirigiendo a personas críticas, juiciosas, buscadoras de la verdad dentro de su piel (y no fuera), porque si así fuera (creo) no estarían en política.

A sabiendas de esto, han preferido activar del mecanismo “balones fuera”, que, quieras que no, a sus adversarios les funciona perfectamente. Y a ellos les funcionará también, dudo que tras este incidente se vean descender en las encuestas. Así funcionamos.

Ahora voy con mi subjetividad del asunto: yo no soy de ningún partido, ni me identifico al 100% con ninguna ideología, si bien aprecio ciertos puntos que estimo atractivos y saludables en todas ellas. Dentro de mi subjetividad, y desde mi más profundo respeto hacia las otras subjetividades, estimo que Vox es el único partido a día de hoy capaz de proponer un modelo coherente de sociedad para la España de los años 20 del siglo XXI. A pesar de lo que se diga de ellos, lo que yo veo es que es un partido completamente de centro. Si bien con una manifiesta sensibilidad hacia la religión, la tradición y el conservadurismo, no plantean la imposición de dicha sensibilidad a modo de dictadura. Al contrario, nacen, justamente, para representar a los millones de personas que viven esa sensibilidad y que ven, día tras día, cómo todos los partidos van censurándolos cada vez más. Podríamos debatir sobre cuestiones como el matrimonio homosexual o el aborto, aunque son asuntos en los que, cuando se produce el debate, lo primero que observo es que la gente prefiere dejar fuera del tapete bastantes cartas importantes… Un magnífico jugador de cartas, pues las pone todas (creo) sobre la mesa, es Agustín Laje. Pero bueno, podremos hablar de esto en otra ocasión.

Y esa era mi carta: un error de Vox, por supuesto. Una salida, ante el error, completamente improvisada y pueril, también. El conocimiento de que así debe de ser, porque las personas juiciosas y realmente críticas escasean, también.

En cualquier caso, enhorabuena por tu trabajo, utbh.

PD: Hace unas semanas, conversando con una amiga, bastante de izquierdas, bastante implicada en el feminismo, le dije que me preguntaba qué tendencia política tendría un místico, una persona entregada al conocimiento y fondo de sí (con mi pregunta capciosa, pretendía yo abrir un debate, a través del cual, quizá, pudiera abrirle los ojos. Su respuesta clausuró el debate, abriéndome los ojos, realmente, ella a mí. Me dijo que una persona realmente trascendida, desde este enfoque espiritual, estaría completamente más allá de la política. En otras palabras: “se la sudaría”. Quizá algún día recibas tantos fogonazos de tantos flancos, que acabes por ponerte a hacer vídeos de cómo construirte una cabaña en el monte. En ese (u otro) caso, seguiré siguiéndote).

Un saludo.  

lunes, 8 de abril de 2019

Sobre violencia machista

Jesús:

Salte de ahí abajo. Allí abajo es todo oscuridad, la luz no llega. Allí abajo se esconden las emociones más primarias disfrazadas de elocuencia. Pero no son elocuencia. Allí abajo se vive pensando que se vive sumido en la verdad, en el conocimiento, pero no es cierto. La prueba es que, a tu lado, en este momento, ayer, mañana, tomaste o tomarás café con alguien, muy cerquita de ti, que no piensa las mismas cosas que tú. La prueba está en que esas emociones también las tiene tu vecino, también las tengo yo. Pero hay personas que se han dejado la piel por esclarecer grandes falsedades, grandes manipulaciones. Las hay que están sujetos a sus propias ideologías (también están ahí abajo, en otro compartimento, pero abajo igualmente). Pero esas personas son muy poquitas, no tienen voz porque la voz que impera es la del compartimento de donde emana, por ejemplo, el argumento que defiendes. Pero no es la voz de la realidad, y la prueba es que hay otras voces que promulgan lo contrario ¿y por qué unas han de tener razón, y no las otras?

Con amor y humildad te arrojaré un lazo (quizá pienses que estoy poniéndome por encima, y que el amor del que hablo es amor propio, y la humildad es en realidad soberbia disfrazada. Puede ser. Pero si te quedas ahí, no leerás más allá de tu entendimiento, y de poco servirá el intercambio). Allá voy:
Primeramente, quiero decir que tratar con las muertes de personas es terrible. Pero tenemos que pasar por ese trance, ya que forma parte del argumentario (desgraciadamente).
Hablas de 16 mujeres asesinadas en lo que va de año. Y dices que seguramente serán más. Vale, ahí van mis preguntas:

¿Sabes quiénes son esas 16 mujeres? ¿Sabes en qué circunstancias han muerto? ¿Sabes quién mató a cada una? ¿Conoces los patrones de conducta de esos 16 asesinos? ¿Conoces en qué momento torcieron su razón, hasta el punto de acometer un acto que a bien seguro les iba a cambiar terriblemente la vida? ¿Sabes que las leyes son severas, y que aún así siempre ha habido un porcentaje reducido de personas que las quebrantan? ¿Sabes por qué lo hacen? ¿Te has informado acerca de los numerosos estudios y estudiosos que han ahondado en el tema? ¿Sabes que hay patrones patológicos que hacen que ciertas personas quebranten las leyes, independientemente de las penas que existen? ¿Sabes que desde que el mundo es mundo, el ser humano ha acometido actos terribles, y, como bien dices, los seguirá acometiendo?

Las leyes son importantes. Deben serlo. Deben ser duras, muy duras, para disuadir al mayor número de psicóticos posible. Aún así los seguirá habiendo. La educación debe ser sana y equilibrada. Pero, aún así, siempre habrá psicóticos que se salten las normas, pues su narcisismo es superior a su razón.
La lucha por la igualdad entre sexos ha sido larga, pero ha dado ya un incontable número de frutos. Y eso nos hace vivir en una sociedad donde las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres. Por supuesto que queda trabajo por hacer, pero nunca sumiéndose en la discordia. La discordia es un arma terrible, organizada por políticos y medios que hacen que tú sepas que han matado a 16 mujeres en lo que va de año, pero que igualmente hacen que no sepas ni en qué circunstancias, ni quienes las mataron, ni nada más que una cifra. Los mismos medios que hacen que no sepas (o quizá sí, y si así fuera me alegraré, porque sabré que te informas más allá de lo que produce el molinero mediático permanente y martilleante) que en lo que va de año han muerto 157 personas en accidentes de tráfico, y seguramente habrá muchas más. Que en lo que va de año, ha habido 7 varones muertos a manos de mujeres (5 menores), y habrá más. El número de suicidios de 2019 no he podido encontrarlo, pero te ofrezco los datos de 2017: 3.679 suicidios (2.718 hombres y 961 mujeres). El único dato que he podido encontrar, es que esta tasa ha subido, en lo que va de 2019, un 3,1%.

Dime, Jesús, ¿te parecen los accidentes de tráfico, el asesinato de hombres y niños o los suicidios un problema sistémico? Si no te lo parece, es, simplemente, porque no hay intereses político-mediáticos para que te lo parezca.

No. Lo siento. Rotundamente no. A pesar de lo grave que pueda resultarnos cualquier muerte provocada, 16 mujeres asesinadas sobre casi 24 millones de mujeres no asesinadas, no representa un problema sistémico. Por mucho que nos duelan esas muertes (aunque te diré, trayendo a colación a nuestro querido Cortázar, que es un sufrimiento en “abstracto”, Rayuela, capítulo 15 del lado de acá) se está jugando con las cifras para mover a la sociedad en una dirección concreta. Cuando uno tiene esa curiosidad sana por conocer la realidad, incluso intelectualmente, y trata de informarse de todo y por todos los flancos, leyendo todo tipo de fuente, escuchando todo tipo de discurso, y encuentra que hay tantas y tan magnas contradicciones, solo le queda ir a buscar en su propia realidad cotidiana. Buscar lo máximo posible (no quedarse en el círculo de personas habituales). Entonces, te das un paseo por la calle, visitas a personas, entablas vínculos con compañeros de trabajo, con alumnos, con amigos de amigos, y vas haciendo más grande el círculo. Y no te contentas solo con tu ciudad, sino que tratas de moverte por muchos lugares, e irradiar la misma actividad. Entonces, poco a poco, comienzas a elaborarte un criterio propio. Yo lo he hecho. Yo lo hago. Y podría decirte que no conozco a ningún hombre propiamente machista (hablo de españoles o franceses). He visto, un par de veces, a un chico que agredía a su novia en el metro, en Madrid. Es evidente que haberlos haylos, pero atreverme a decir que esos dos infelices representan un problema sistémico, me haría, en primer lugar, mentirme a mí mismo, y luego a los demás. No he conocido a ninguna mujer maltratada. Bueno, sí, a una, una chica polaca, cuyo novio la agredía físicamente. Claro que hay mujeres maltratadas, pero si son las que nos cuentan los medios, son muy poquitas. Mantengo que es horrible, mantengo que hay una asquerosa y deplorable manipulación interesada, y mantengo que el dolor que nos hace sentir ello, es puramente abstracto (salvo que conozcas a la persona en cuestión). En mi recorrido vital, quiero añadir, también he conocido a una mujer que fingió haberse caído por unas escaleras y denunciar al marido, para quedarse con la casa donde vivían, y de paso, con una pensión. Una mujer, además, a cargo de una pequeña asociación de pueblo de ayuda a las mujeres. Ello (afortunadamente) tampoco representa un problema sistémico.

Ahora bien, lo que sí conozco, y muy bien, es la manipulación que ejercen los políticos, y por mor, los medios. La cultura de lo políticamente correcto, que pretende encaminarnos a una dictadura del “buenismo” de un lado, callando a todo aquel que no piense igual. Todo comienza en el terreno de lo cultural, pero no está tardando ya en adentrarse en la política (en breve, amigo, nos tocará padecer ciertas leyes que no nos permitirán expresar lo que nos salga del vientre). Pues lo que está en el germen de esa ideología (me horrorizan las ideologías… pues pretenden gobernar con sus ideas las ideas de los demás) es marxismo puro y duro, que busca la igualdad por encima de la libertad. Como decía Milton Friedman “una sociedad que priorice la igualdad sobre la libertad no obtendrá ninguna de las dos cosas. Una sociedad que priorice la libertad sobre la igualdad obtendrá un alto grado de ambas”. Pero esto, ya, es otro tema.

Un abrazo fraternal.


m.

viernes, 15 de marzo de 2019

Sobre buenismo

Respondiendo a mi amiga Isabel, que compartía conmigo el artículo "A favor del buenismo", de Esperanza Ortega.


Qué terrible manipulación. Creo que lo peor no es situarse uno como el “bueno”, sino decir que el de enfrente no lo es. Insisto en que la comparación con Hitler es, ya de por sí, infantilmente manipuladora. Ni Hitler tenía comparativos precedentes, ni tampoco un peso social en contra en su entorno. O sí, esto sí lo tenía, sus detractores naturales que se opusieron a él, y lo vencieron tras una guerra espantosa. Pero ¿por qué se produjo esa guerra? Porque Hitler no quiso entrar a jugar con las reglas establecidas (fue un tiempo muy convulso, en el que se apostaba fuertemente, por un lado y por otro, por la descomposición del sistema y la reconstrucción de uno nuevo, según dos modelos diferentes en muchas cosas, y próximos en otras: el comunismo y el fascismo). Pero claro, no tengo ningún indicio, ninguno, que me haga ver que Vox, por ejemplo, quiera saltarse las reglas del juego, u oponerse bélicamente a sus contrarios. ¿Tienen un discurso duro?, sí (como lo tiene Podemos), ¿plantean una modificación de ciertas pautas de convivencia, que queden reflejadas en la Constitución?, sí, como plantea también Podemos (y siempre con el consentimiento de una mayoría de españoles). Pero todo (tanto Podemos como Vox) lo hacen apostando por las reglas del juego: “prometo acatar la Constitución, y trabajar para cambiarla”, dijeron en la toma de posesión de sus escaños en el Parlamento. Bravo. Podemos estar o no de acuerdo, pero la única forma de garantizarse un discurrir no bélico de las situaciones, es jugar con las reglas del juego. Si no, volvemos al Far West, donde cómo estoy a disgusto con el resultado de la partida de póker, saco mi revólver y te mato.

Vuelvo. Resulta escalofriante ver cómo alguien se dice “bueno” a sí mismo. Quien es bueno, lo es. Punto. El hecho de insistir en ese hecho, es perturbador. Pues, en realidad, es un inflamado amor propio el que habla. Luego uno se ve inmerso en una masa de gente que se dirige a impedir un desahucio, y se siente “bueno”, siente que forma parte del “bien”, de lo “correcto”, se siente, se siente, se siente. Eso ya es lamentable, el sentirse bueno, por un lado, y el promulgarlo, por otro. Pues no hay mayor bloqueo en la senda espiritual, en la búsqueda de la luz, que pensar que ya la has encontrado. El primer síntoma de haberla encontrado, es que no lo dirás. Es que sentirás ese amor del que hablabas por todo el mundo, ah sí, también por tus “enemigos”. Jesús decía que había de amarse a todo el mundo, también a los enemigos. Ahí tenemos un primer rasgo de eso que llamamos cristianismo, y que manipulamos a placer de nuestro propio ego, que se regodea en ese sentimiento abstracto y conceptual al que llamamos “bien”. Ay, pero hay tanta diferencia entre la energía que se produce en nuestras moléculas, en nuestras células, en nuestros átomos, en una manifestación, rodeados de personas buenas, y la que se produce en un estado de meditación, solitario, en el que el ego se evapora, y queda el Ser rezumando y vibrando por todos los costales de adentro y de fuera… que quien no lo ha experimentado a esos niveles, no puede comprenderlos, ni imaginarlos.

Así que no, la bondad no es un concepto que podamos desmenuzar a guisa del intelecto, para aplicárselo a esto sí, a esto no. Verse uno mismo como “bueno”, y proclamarlo a los cuatro vientos, ya es para mí un síntoma de peligro, procuro, mi esencia procura, mantenerse alejada de esos discursos tan propios del Ego (es una herramienta milenaria que tienen las tinieblas para protegerse de la Luz: decir que “ellas son la luz”). Pero si además la persona que se ve como “buena”, y que lo proclama alegremente, acusa de “malos” a estos, o a los otros, ya, para mí, es definitivo: sus palabras no tienen valor ni consistencia. La propia Irene Montero, mi amada archienemiga intelectual (tengo un cariño inexplicable por esta mujer), dijo en el debate de la Ser que reunía a varias mujeres de los principales partidos, que las ideas de Rosario Monasterio (Vox) eran las contrarias a las suyas, pero recalcó que eran “legítimas”. Le costó dejar salir esa palabra (su frente fruncida, su voz acelerada, sus ojos que se resistían a mirarla de frente), pero lo dijo. Yo sé por qué lo dijo. Una porción de interés electoral (sabe que la gente está cansada de que se repartan carnets de buenas personas -no me gusta esta expresión, por el simple hecho de que fue Rivera quien la puso de moda, pero que mi prejuicio no apague la razón), pero, por otra parte, porque sé que la Conciencia, la Esencia, de Montero, igual que la de Iglesias, están empujando desde lo más hondo de sus egos. Sus convicciones, ahora, suenan impostadas cuando las promulgan, añaden una energía artificial y desmesurada cuando las promulgan, y es, precisamente, porque están atados a ellas, y tratan de seguir autoconvenciéndose de ellas. Pero la Conciencia ya empuja (eso se nota, se aprecia) y me hace feliz… En unos años, tal vez, pasen por el doloroso trance que supone el auto extirparse un prejuicio, como hiciere mi admirado Antonio Escohotado, y quizá, en la última etapa de sus vidas, aporten otro mensaje al mundo, más relacionado con el Libre albedrío crístico, y menos con la imposición de modelos subjetivos, fijados en lo que “Yo considero bueno, por encima de lo que considere el de enfrente”. Ego y puro ego, versus, Conciencia y pura conciencia.

El resto, mi amada amiga, pura ficción.


lunes, 24 de diciembre de 2018

El patriotismo de las cosas de comer



Escuchaba a Pablo Iglesias que, mientras otros se preocupan por ver quién tiene la bandera más grande, ellos lo harán por otro tipo de patriotismo, el patriotismo de las cosas de comer. Inteligente, audaz, mordaz. Su retórica es siempre fascinante, dejando a un lado ideologías y razones. La retórica es un arma dialectal, que Pablo Iglesias usa con auténtica maestría. Solo Abascal, en estos momentos, le hace sombra. Abascal rezuma, sin embargo, una claridad y una autenticidad de la que carece en estos momentos Pablo Iglesias. Creo que Pablo Iglesias se guarda muchas cosas, modifica sus tonos con pretensiones electorales, siente que muchas de las cosas que dice “cabalgan contradicciones”, y ha comprendido que para ganar votos entre la gente normal, la mayoría, debe modificar tonos y palabras. Pero no lo siente en su raíz. Lo vemos retorcer ciertos temas, y evitar otros. Pero claro, esa actitud, ese discurso, ese juego con machetes de doble filo, lo sumen en contradicciones. En esas contradicciones, quizá, en las que cabalga a menudo.
              Pablo Iglesias tiene esa tendencia a rechazar lo que no esté dentro de su marco ideológico, aunque el tiempo, la experiencia y la edad, le hagan al menos dialogar con espectros ideológicos diferentes, pero próximos. Pablo Iglesias no entiende, aunque en ocasiones pueda decir lo contrario, que las buenas personas no están afincadas solo a su partido. Pablo Iglesias (quizá Abascal también), tiene una resistencia ideológica en su propio entendimiento, un bloqueo autoimpuesto, que le impide entender la naturaleza humana. No puede evitar mezclar la orientación política con la calidad de la persona, cuando son cosas que no tienen nada que ver, en absoluto. Así, un católico, un ateo, un socialista, un comunista, un capitalista, un liberal, un votante de X o Z, pueden ser personas maravillosas, excepcionales, generosas, humanas. No tiene nada que ver con su orientación. Olvida que todas las asociaciones políticas nacen de personas que buscan un bien para la globalidad del territorio. El problema no está en las propuestas de cada cual, el problema reside en considerar que las propuestas de uno deben rechazar las del otro. Y hacer ver en su propio discurso (también podríamos sumar a Abascal a esta crítica) que el “otro” es el enemigo, y que además carece de humanidad, es jugar con sentimientos que mueven al rechazo, al odio, a la violencia, y que son cosas que fácilmente podrían írseles de las manos. No dirigen mensajes a sus propias filas para calmar las aguas, para alimentar la comprensión, para alimentar la humanidad, para despojar el velo de prejuicios que los sostienen allá arriba, prejuicios que inventan enemigos y entidades abstractas: fascistas, comunistas, machistas, feministas radicales. Las personas somos mucho más que eso.
              Pablo Iglesias se manifiesta en contra de una identidad concreta, la identidad patriótica, la de sentirse español, la de emocionarse con los símbolos del país en el que se ha nacido, y abanderarlos con orgullo en forma de bandera, de himno, de palabras o de gestos. Pablo Iglesias, haciendo uso y alarde de ese manejo magistral de la retórica que lo caracteriza, insufla de prejuicios la imagen que transmite de esos “patriotas”, situándolos en algo parecido al franquismo, a la derecha o a la extrema derecha. De acuerdo que Franco, en tanto que personaje histórico, participó a su manera para que los símbolos de hoy sean los que son. Pero los símbolos tienen una tendencia natural a reinsuflarse de otros contenidos. Yo crecí con la bandera española a la entrada de mi colegio. Viendo la foto del rey en clase. Y no miraba aquello ni con orgullo ni con resentimiento, sino como algo natural del país donde me tocó nacer. Crecí, afortunadamente, sin que nadie tratara de inculcarme una cosa o la otra. Dibujábamos la bandera española en clase, debíamos colorearla tratando de que los colores no rebosaran de las líneas. Y era divertido. Sentía más orgullo contemplando la bandera que yo mismo había coloreado, que las que blandían por Madrid, a principios de los años ochenta. Nadie me insufló el prejuicio de “esto es mejor, o peor, que aquello otro”. Pero, iluso de mí, había chavales de mi edad que estaban creciendo en un ambiente diferente, donde sí se les insuflaba prejuicios que retorcían la relación natural entre percepción y sentimiento, así, cuando veían una bandera española, repetían, como loritos, “eso es facha”. Recuerdo que en aquellos años, debíamos tener seis o siete, no sabíamos qué significaba “facha”. Creíamos que tenía que ver con la manera de vestirse, por aquello de “vaya facha que me traes”. En fin, lejos de toda ideología, jugábamos al rescate en el patio del colegio, sin mayor conflicto, y maldiciendo la desaparición de Espinete, que había sido diabólicamente remplazado por Yupi. Pero los años pasan, y los prejuicios se alimentan, y ahora aquellos niños inocentes rezuman odio, un odio contumaz y aprendido, hacia toda la simbología que nos ha tocado tener. Y desean, fervientemente, suprimirla o modificarla, y qué importa si otra grandísima parte de la población no tiene larvados esos prejuicios, qué importa si esa grandísima parte de la población se siente simple y llanamente orgullosa de haber nacido donde ha nacido, sin ladearse hacia ningún tipo de extremo, sino respondiendo, de un modo sencillo y natural, hacia aquello que todos los humanos hacemos, hacia aquello que todos los humanos necesitamos: una identidad. Estos detractores simbológicos, en su empacho de prejuicios, identifican a las personas sencillas con los enemigos del pasado, con los fascistas, falangistas, franquistas, a los que ni siquiera conocieron. Se mueven en ese eje maniqueo del bien y del mal, y como ellos están posicionados en el bien, identifican todo lo ajeno con el mal.
              Pero olvidan algo. La identidad se forja con años, y se compone de una infinidad de detalles, como por ejemplo una determinada melodía, unas determinadas palabras, unos determinados colores. La identidad, llevada a su extremo, puede provocar guerras, muertes, odios, rencores. La identidad tratada como algo natural y necesario, permite la convivencia de la mayor parte de una población, siempre y cuando nadie trate de retorcer sus contenidos para crear adeptos a su propia ideología. El sentirse “español” es bueno, permite la convivencia. El tratar de desarticular ese tejido identitario, criticándolo constantemente, tratando de identificarlo con el “mal”, traerá graves y penosas consecuencias. Y todo por un mimado tropel de prejuicios que os han servido al desayuno, a la comida, a la merienda, a la cena, desde que sois pequeños. No os han vertido conocimiento en vuestra educación, os han inventado enemigos abstractos que ahora tratáis de identificar en personas de carne y hueso. ¿Por qué si no no puedo poner una bandera de España en mi coche, y pasearme tranquilamente por cualquier parte de mi país?
              La identidad. Ese constructo de ínfimos detalles que nos componen a los humanos, en tanto que seres sociales, comunicativos, relacionales. La identidad es necesaria, y vosotros la reivindicáis, cuando os sumergís en el discurso de la identidad sexual. Reivindicáis que una persona no deba sentirse hombre o mujer, según el sexo que el azar y la naturaleza le ha conferido. Defendéis que la construcción del individuo pasa la creación de una identidad. Dicha construcción pasa por lo que la sociedad ha dispuesto para ella. Cierto que hay un vínculo (siempre lo ha habido) entre la naturaleza y la psique: si se nace varón, la sociedad dispone de unos mecanismos cuasi automáticos para que ese individuo cree una identidad de varón. Pero cuando el individuo, adentrándose en la adolescencia, comienza a debatirse entre los patrones aprendidos, sus sentimientos, sus atracciones, puede decidir deconstruirse para crear su propia identidad. Y la sociedad ya dispone de otras identidades de entre las cuales podemos elegir: hombre, mujer, transgénero, género binario, género fluido, y unas cuantas decenas más contempladas en la ONU. Defendéis, por tanto, a capa y espada que cada persona sea libre de elegir su identidad, y eso está bien, tratándose de minorías, que son vuestro fuerte, está bien que dichas minorías tengan voz y defensa en las altas esferas de la política. Pero si defendéis la identidad a tan alto nivel de retórica, dialéctica y ejercicio político, ¿qué os sucede con la identidad española? El español nace, igual que el varón o la mujer, pero el español también se hace, igual que cualquiera de los géneros que pone, hoy en día, la sociedad a nuestra disposición. Y si debemos respetar a unos, debemos respetar a los otros: el español nace, se hace, se confirma, y cuando blandea su bandera, no tiene por qué estar blandiendo los valores de Franco o de Hitler (aunque os empeñéis en insuflar ese contenido impostado), no, está blandiendo su identidad, la que le sirve para comunicarse con el mundo, consigo mismo, igual que hace un gay blandiendo su bandera el día del orgullo. Tan respetable es la identidad del uno, como la del otro. Solo os queda entender de una vez que, además, no están reñidas. Si dejáis de alimentar esos prejuicios en las jóvenes generaciones, Juan y Luis, que jugarán al rescate en el patio del colegio, seguirán siendo amigos cuando Juan ondee la bandera de España el día de la Hispanidad, y Luis la propia el día del Orgullo Gay. Es más, Juan estará con Luis aplaudiéndole desde la muchedumbre, y Luis hará lo propio.

sábado, 20 de octubre de 2018

Visiones estelares del discurso de Santiago Abascal y Pablo Iglesias




              En mis idas e ideas, en mis venidas y avenidas, habiendo coqueteado con ideas que van desde el PP hasta Podemos, en lo que ya van casi 20 años de interés hacia la política (y más allá: hacia el ser humano), tenía una cosa clara, hasta esta semana. Algo bueno y estratégicamente eficaz que tiene Podemos es el conocimiento del funcionamiento de la sociedad (o eso pensaba yo). Supieron hacerse un hueco en los medios, con programas online, con apariciones en debates, en programas de entretenimiento, han sabido entrevistarse con personas de corte ideológico completamente opuesto al suyo, y fueron, probablemente, los primeros en tener una presencia constante en las redes. Entendían, desde antes de existir como formación política, lo que consumen las masas, y cómo funcionan. Esa proximidad al “pueblo” (palabra ambigua donde las haya) les hizo aparecer como algo realmente nuevo, como una propuesta fresca y “sincera” (al principio), con un mensaje adaptado a la comprensión de cualquier hispanohablante, sin importar ideas preconcebidas, edades, estratos, gustos o preferencias. Fue un hachazo (sigo pensando que positivo) al funcionamiento oxidado de la política tradicional. En lo tocante a la estrategia supieron jugar con bastante maestría, ya que consiguieron que personas que no se identificaban forzosamente con la izquierda, se interesaran por su discurso (algunos tienen hoy una presencia robusta en redes y medios: aquellos que te insultan o que te plantan una foto del famoso “espray anti-troll”, cuando criticas o cuestionas algo). El youtuber Inocente Duke lo explica muy bien (sigo desgajándome de risa al recordarlo) en su serie de vídeos cortos que explican las izquierdas, así en grueso. Explica cómo Pablo Iglesias consiguió que probablemente miles de personas se adhirieran al discurso podemita. Al principio el líder morado aparecía en los medios con un mensaje constante y martilleante: vuestro jefe os explota. Así, miles de trabajadores descontentos (como nos suele pasar a la mayoría), comenzaron a identificarse con ese discurso, a engancharse, hasta caer en una dependencia del discurso próxima al tabaco (“Pablo, eres tabaco”, repetía Duke a lo largo de su vídeo). Hasta que estos trabajadores acabaron por asumir como verdad ese “hecho” cuestionable de que estaban siendo explotados. Probablemente muchos sí lo estuvieran, pero tantos otros seguramente no. Pero eso da igual, el discurso se mezcla con ideología, y entonces la razón comienza a cerrar puertas y ventanas, y tenemos sintonía directa solo con el líder, y solo sus razones se adentran, nos mueven los cuerpos y los pensamientos (no me quito de la cabeza esa maldita foto que me enchufó una podemita en la página de Podemos del Facebook, con ese espray anti-troll, acompañada de algún que otro improperio, tan solo por disentir educadamente (creo) con lo que se comentaba en el hilo).
Pues sí, Pablo, fuiste (y eres) un héroe para muchos. Muchos darían sus vidas por ti (y si lo dudáis id a la página de Facebook y leed los comentarios de los anti-trolls). Me ocuparé de ese asunto en una próxima entrada del blog, Pablo, de tu afianzamiento a la cúspide de una pirámide donde irradias tu luz a todos los adeptos que te adoran desde abajo. Ahora quiero hablar de otra cosa. O quizá preveniros.

Decía que, Pablo, eres tabaco. Es broma. Decía que hasta esta semana pensaba que Podemos era el único partido que conoce la vibración atómica del “pueblo”. Pues no. He visto en youtube el reciente discurso de Santiago Abascal en Vistalegre. Ya sabéis: VOX. Sí, ya sé, el hecho mismo de haberlo visto me convierte en un facha. Cuento con eso. En fin. Con su voz y sus tonos que sí estimo propios de eras pretéritas (aunque no alejado de tu voz, Pablo, ni de tus discursos) dijo algo interesante. Muy interesante. Algo que me hizo ver que, desde su posición, a la que podríamos ubicar ideológicamente en las antípodas de Podemos (no creo que esto sea así, pero ya vendrán otras entradas donde me explique), también han empezado a hacerse eco de esas vibraciones atómicas del “pueblo”. Ya no sois solo vosotros, Podemos. Pues dijo algo que me interesó, profundamente, que me hizo dejar lo que estaba haciendo (sí, a veces pongo estos vídeos de fondo mientras hago otra cosa), subir el volumen, echar hacia atrás, y escuchar con atención. Dijo algo que se puso en sintonía conmigo, que tocó una tecla oculta que me atormenta (solo un poquito, tengo una vida más allá de este blog y de vuestros devaneos) desde hace un tiempo, una tecla que solo había pulsado, muy previamente, Pablo Iglesias. Hace tiempo ya que mi desencanto con Podemos es manifiesto. Podemos resumirlo en el hecho de que allí no se aceptan disensiones, no hay más que mirar cómo han entrado y salido por la puerta de atrás tantos “brazos derechos”, que molestaban “al consultorio revolucionario” (sí, también escucho a Losantos, doblemente facha entonces, ok). Mi espíritu libre a cualquier atadura ideológica me hace cuestionarlo todo, me hace poner la guinda a ciertos pasteles mediáticos de los que solo se aprecia el chocolate y la nata de adorno, pero cuyo bizcocho permanece oculto. Así, cuando empezaron mis comentarios críticos hacia Podemos (primero en las redes, y luego en las redes), empecé a ser insultado (profusamente), tildado de facha y no sé cuanto más. Uno termina por habituarse a que lo llamen facha, solo por disentir en un detalle. Ese es el mundo en el que vivimos. Pablo, ese es el panorama que tú has construido, y que alimentas desde lo alto de tu pirámide solar, y no llamas la atención al “pueblo” que te adora desde abajo, que ríe tus gracias y bebe tus mieles, que se traga doblado el pastel, sin saber ni qué pinta tiene ese bizcocho. Tú has creado eso, y tú lo mantienes, porque te da de comer, y porque sigues creyendo (ahora me decepciona tu ingenuidad) que va a seguir atrayéndote adeptos. No es así, bro. Abascal dijo algo que os ha roto. Dijo: Si estás en contra de la Independencia de Cataluña, eres un facha. Si crees que la inmigración debe ser controlada, eres un facha. Si crees que la presunción de inocencia debe prevalecer en un Estado de Derecho, eres un machista. Y un facha. Si te metes a opinar en la página de Podemos sobre algo que te disuena (esto lo añado yo) eres un troll, un lobo disfrazado de cordero. Y un facha.

Cómo me llegó ese mensaje. Es lo que llevo viviendo desde hace varios años ya. Y viendo cómo está el jardín, tus adeptos han conseguido arrinconarme en mi bosquecito bretón, y ya me dejo ver poco por las redes. A mí me da igual. No votaré. O a lo mejor te voto a ti. No lo sé. Pero lo que no sabes, querido Pablo, es que no había una derechona franquista dormida esperando a despertar. No. La estáis creando vosotros. Hiciste, en uno de tus momentos de gloria, una crítica a Rajoy que me sigue pareciendo genial. Lo llamaste “máquina de fabricar independentistas”. Buenísimo. Me quito el sombrero. Bueno, Pablo, pues ahora te lo digo yo a ti: mientras tu discurso tenga un fondo ideológico, lejos de la razón y la visión “real” de un pueblo español que te rebasa por todos sus extremos, serás una máquina de crear votantes de VOX. Y si no, tiempo al tiempo.

PD: Tú sí lo sabes, Pablo. Sabes que en VOX hay buenas personas, como las hay en cualquier partido. A lo mejor cuando eras joven estabas atrapado en esas mismas redes ideológicas, en las que están tus adeptos. Pero ahora sé que sí lo sabes, sé que sabes que un obrero puede votar al PP, y que hay coherencia en ello, y que eso ni lo hace más tonto ni más malo que cualquier votante de Podemos. Ahora sí sabes que te puedes tomar un café con Rajoy y disfrutar de sus bromas, porque sabes que la bondad no es intrínseca a ninguna ideología. No te acuso de eso. Te acuso de que no llames la atención a tus anti-trolls, por el interés (ingenuo) de que esa actitud te seguirá atrayendo gente. Te acuso de eso, y de que sigas creando, día a día, a más votantes de VOX.

martes, 10 de julio de 2018

De Monogamia y Poligamia...



...Siguiendo con el hilo de una interesantísima discusión en Facebook con Fernando...

Dejo aquí el enlace de la discusión 

Resumiendo, hablábamos de poligamia y de monogamia, en un tono respetable, simpático y jovial. ¡Gracias, Fer!


Y respondo así: 

¡Pues debo decir que interesante contra-contra-análisis el que me ofreces! Viva la dialéctica. ¿Sabes? Hay territorios donde no sirve de nada (práctico) el debatir, pues cuando tocamos las ideologías o la fe, nadie cambiará un átomo de su oponente (dialéctico). Sin embargo, el ejercicio suele ser placentero para el intelecto, y por eso lo hacemos, siempre sosteniendo las riendas de las pasiones y las emociones (porque si nos dejamos llevar por las furias siderales, sucede que damos un mensaje erróneo, en el que probablemente ni pensemos, a parte de perder toda posibilidad de "disfrute" de ese intercambio dialéctico). Dicho lo cual, vaya por delante pues que no quiero convencer a nadie, te planteo una nueva "réplica", y que vayan sumando.


Lo que planteas nos lleva a una reflexión más profunda que lo que la mera y superficial observación de la realidad (¿la realidad?) de nuestro entorno, digamos, podría presentarnos. Lo que propones nos lleva a pensar en la siguiente pregunta: ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? Dejemos de lado los estudios de Darwin, y quedémonos en la vibración metafórica de la expresión popular. La pregunta sería qué fue antes, la naturaleza humana o sus leyes e imposiciones. O formulado de otra manera: Las leyes (morales, éticas, sociales) de las sociedades aparecen por sí solas, o llegamos a ellas tras la observación milenaria de lo que "nos hace bien" y "lo que nos hace mal".


¿Por qué hay setas que son venenosas? Porque pueden matar, o dañar gravemente tu organismo. ¿Cómo reconocemos las que son venenosas? Bueno, hoy, porque hay estudios científicos que explican hasta la saciedad los componentes químicos perjudiciales. ¿Cómo lo sabían nuestros ancestros, desde hace miles de años? Porque, sin saberlo, ya aplicaban el método científico: experiencia y error. A base de meterse en la boca todo lo que manaba del suelo, los hombres ancestrales aprendieron lo que era perjudicial y lo que era beneficioso.


Sirva este ejemplo para ilustrar el tema que nos ocupa: ¿es el ser humano polígamo por naturaleza? Pues mire usted, si atendemos a su cuerpo como único patrón de conducta, sí, lo es. ¿Qué es el sexo? Bueno, digamos que la naturaleza nos sembró en la psiquis una serie de detonantes que activan los aparatos reproductores, para, justamente eso: reproducirse. ¿Podríamos reproducirnos entonces con varios machos o hembras? Pues, como hacen algunos animales (no todos, como el lobo o la golondrina), sí. Vayamos un poco más lejos, vayamos a esos “detonantes”. Esos pensamientos o excitaciones nerviosas que nos suscitan el deseo sexual. Los seres humanos (como otros animales, tales como el perro o el mono) no tardan en relacionar “placer” con “gratuidad”, es decir, no tardan en descubrir que el placer en sí mismo puede experimentarse sin un fin determinado, por el puro y mero hecho de experimentarlo: en este sentido se presenta la “variedad” como un posible y atrayente modo de experimentar placer. Variar de personas, por supuesto, pero también de objetos: ¿por qué no frotarnos contra una farola? Bueno, esa libertad existe, afortunadamente, aunque solo una pequeñísima parte de la gente se lance a tales experimentos (en Londres una mujer se ha casado, legalmente, con una estación de tren abandonada, con la que mantenía relaciones sexuales desde hacía años).

Ahora bien, si en el devenir de la Historia hemos creado las sociedades, teniendo como pilares fundamentales “lo que nos hace bien” y “lo que no nos hace bien”, ¿por qué se constituye el matrimonio monógamo tan tempranamente en tantas sociedades? (Nota: no en todas las sociedades, como sabemos). ¿Pero por qué? ¿Quién se ocupó de reflexionar sobre este punto? En antropología se estudia que la creación de una sociedad nace de la observación de la naturaleza de convivencia, lo cual genera “normas” para preservar esa naturaleza de convivencia, para conducir a los nuevos integrantes de la manada social (los bebés que vienen al mundo), y así mantener el “orden” social que, a priori, existe para hacernos bien, y evitarnos el daño (en ningún restaurante, que yo conozca, se nos sirven setas venenosas como guarnición). Es cierto que las sociedades cambian a base a transgredir ciertas normas, y eso no está mal, en mi opinión, siempre y cuando dichos cambios vayan sujetos a dos principios: la aceptación de la mayoría de la sociedad para crear pilares estables y fundamentales, y el principio de respeto a la integridad del “otro”. Hay ciertos cambios sociales que han conllevado mucho tiempo, muchas lágrimas, un poco de sangre e incluso algún muerto. Pero bueno, la sociedad va avanzando, y hoy los homosexuales pueden constituirse como pareja estable y legal, aceptada por la mayor parte de la sociedad (aunque queden grupúsculos de detractores, algunos violentos, que afortunadamente van desapareciendo con el paso de los años y el empuje de las generaciones).

Pero sigamos con el tema principal: ¿por qué las sociedades, muchas, que no todas, establecieron desde sus incipientes orígenes la monogamia o el matrimonio? Bien, lo sencillo en este caso es decir que ello servía para “imponer” (palabra que utilizas en tu última réplica) una pauta social. Un científico auténtico de la naturaleza humana, un auténtico arqueólogo del pozo profundo de la antropología, no se quedaría en ese simple hecho (por cierto, simplista), sino que se preguntaría por qué.

Se abren dos cauces (el uno no puede negar al otro, pues carecemos de máquinas del tiempo para remontarnos a hace cien mil años y responder a ciertos porqués): El primero es el del “control” que planteas. Podría ser que los primeros gobernantes de las tribus arcaicas establecieran esa pauta para evitar un exceso en la natalidad (aunque los métodos anticonceptivos son tan antiguos como la disociación entre “sexo” y “reproducción”). Por lo que este argumento pierde fuerza… Pero los defensores del mismo encuentran rápidamente otro soporte argumental para no abandonar su juicio (o pre-juicio) del asunto: “la religión”.

Esto abre el segundo cauce: habría que ahondar más en el significado etimológico de la palabra religión (“religare”) y en sus construcciones socio-políticas en las primeras sociedades. En este sentido, y atendiendo al principio antropológico de que el ser humano busca siempre la “facilidad” en sus modos de convivencia, ¿de dónde nace entonces ese “pensamiento” de que la poligamia es mala? Pensar como hombres de hoy, nos oscurecería cualquier reflexión honda del asunto. Hay que dejar bien atrás los pre-juicios para ponerse en el pellejo de aquellos padres y madres de las sociedades humanas. No sería descabellado, por lo tanto, pensar que tal vez el ser humano ya observara en sus inicios que el tener relaciones con varias personas le procuraba malas sensaciones y experiencias. Quizá no durante el acto sexual, donde la mente se confunde, se mezcla, desaparece, sino a posteriori. Tal vez esas prácticas lo llevaban a alimentar sentimientos de frustración, de complejos, de envidias, de celos, de posesiones, de comparaciones. O tal vez, yéndonos aún más a lo más hondo de la psique, a encontrarse con ese horrible sentimiento de “tristeza” o “depresión”, que probablemente el hombre arcaico no pudiera explicar, pero sí sentir. E igual que las setas venenosas, desde muy temprano, tratara de apartarse de aquello, a pesar de que las setas venenosas suelen ser las más vistosas, las más perfumadas, las más apetecibles. Ya, pero matan.

Tal vez, en las Religiones arcaicas, que pretendían establecer una suerte de “re-unión” (re-ligare) con la Naturaleza (mal traducida por Dios, ya por los griegos, ZeusàTheosàDeosàDios), se asentaran esas bases de protección de aquello que nos perjudica y que nos une a la Naturaleza.

Contraargumento: Ya, pero está en la Naturaleza el tener sexo a placer. Sí, también la Naturaleza nos ofrece las setas venenosas, y el ser humano, a base de probarlas, ha comprendido que el ejercicio de contención del apetito le lleva a sobrevivir.

Contraargumento: Ya, pero uno no se muere por tener una vida promiscua. Cierto. Pero ¿qué factura pasa a largo plazo?

Y aquí el debate entre viejos y jóvenes. Los jóvenes dirán: nada. Los viejos dirán: todo. Y en ese todo podríamos hacer relucir esa “tristeza” o “depresión” que aparece en el ser humano tantas veces.

Ya nos adentramos en terrenos inestables bajo nuestros pies. Cierto. En los terrenos de las opiniones, de los juicios individuales y personales, o en ciertos conocimientos que podamos tener cada uno, en base a nuestra propia experiencia, conocimientos provocados por el esquema “experiencia y error”.

Y volvemos así al punto de partida: ¿quién tiene razón? Pues nadie. O todos. Mientras no se haga daño a nadie más, ¿qué tiene de malo pensar u obrar diferente?

Y no queda otra, pues, que hablar de mí (no por nada, simplemente porque soy yo quien está escribiendo esto). Yo he tenido una vida agitada. He probado las mieles de la variedad, he jugueteado con los límites, he bebido de las aguas de las prohibiciones o inmoralidades. Un día, ya en mi juventud, maté el pre-juicio de lo “establecido”, y me lancé a vivir aventuras. Pasé por aquel estadio del Carpe Diem y del “a mí qué me van a decir”. Borracho de juventud, no vi, por ningún lado, que cada acción nuestra siembra repercusiones en el futuro. Ay, cuantos quebraderos y requiebros yo mismo me sembré. Ay cuando la vida me metió a golpe de mortero los frutos de mis acciones hasta el gaznate. Ay que digestión larga y pesada. Pues sí, pasé por una larga depresión, en la que me costó Dios y ayuda entender que yo mismo la había provocado.

Ahí aparecen las inquietudes: ¿por qué sufro? Y luego libros, y psicólogos, y médicos, y medicamentos, y sanciones alimentarias, sanciones alcohólicas, sanciones y más sanciones, que te van, poco a poco, despejando las entendederas. Y luego otras cosas, pues las tenues luces que arribaban me dejaban ver que se me presentaban ya dos opciones: o sedación y vida a medio párpado, o sanación auténtica. Y si yo mismo me había generado aquellas sensaciones, yo mismo debía curarme. Y es en ese momento cuando las fuentes del saber surgen alrededor. Fuentes que no llegan, pues han estado siempre ahí, solo que nunca te habías preocupado de mirar (pues en otras épocas andaba uno más preocupado en otros menesteres); y así destellan de pronto algunos libros de la biblioteca, en los que no habías reparado antes. Aparecen palabras en tu mente, que te hacen buscar más en internet. Algunas personas cobran más importancia en tu vida, porque antes eran puros asteroides periféricos, raros e incomprensibles. Muchas conversaciones re-afloran en uno, porque antes uno no estaba listo para entenderlas. Y llega uno a la conclusión de que, como hiciera Siddharta hace 2.500 años, hay que sentarse, tranquilo, respirar, en soledad, y ponerse a mirarse el interior. Y empezar a comprender. Y empezar a ver los detonantes. A sentir cómo funcionan. A ver cómo uno los ha alimentado a lo largo de toda la vida. Cómo los ha superpuesto por encima de otras cosas. Cómo esos detonantes nos apartan de la auténtica naturaleza que reside en el zumbido de las abejas, en el cri-cri de las cigarras, en el frote del viento con las hojas, en la mirada de mi perrita cuando se queda absorta mirando la chimenea, en los puentes que hacen las hormigas para sortear un riachuelo, en las nubes informes, en los cielos que se ocultan tras las nubes informes. Y uno llega en esos estados meditativos, a establecer, por uno mismo, la conclusión a la que llegó Siddharta, ya hecho Buda, de que “el deseo es el origen del sufrimiento”. Y surgen entonces frases que algún día se adentraron en la conciencia, y que ahí pernoctaban hasta ese deslumbramiento, como el “Niégate a ti mismo” que dijera un hombre sabio y sencillo, al que las mentes tozudas y “controladoras” (aquí te doy la razón) de los que quisieron “institucionalizar” las pulsiones espirituales, lo convirtieron en un personaje mítico e incuestionable, Padre, Hijo y redentor de la Santa Madre Iglesia.

Y en esos estados uno se Niega a sí mismo, niega sus voluntades corporales (momentáneamente) niega su propia mente, y se sume en ese estado de Conciencia del que hablara Buda, y comprende que nada de lo que hay fuera es real, comprende que esa Conciencia grandiosa y sencilla a la par, no es más que la propia Naturaleza que se expresa en nosotros, que se adentra en nosotros, que nos lava del Ego búdico (o del Pecado Cristiano), y que el Ego o el Pecado no son más que construcciones verbales cuya simbología fue aniquilada por el fanatismo de aquellos que quisieron institucionalizar el “dedo” como Realidad, obviando, como es natural, “la luna” a la que señalaba.

Y dicho lo cual, nada de lo que yo diga podrá modificar ni un átomo de tu pensar, ni nada de lo que me digas tú podrá sembrar un ápice de duda en mi propia experiencia. A partir de ahí, solo digo: vivamos dejándonos llevar por las pulsiones y los detonadores, tan libremente como podamos, como se nos permita. Intentemos, al menos, no hacer ningún mal a los otros. Y si algún día, ya entrados en años, sentimos que la vida se nos desinfla, tal vez, sea el momento de bajarse del carro, y de sentarse bajo un árbol a hacer ese viaje al interior que hiciera, hace 2.500 años, Siddharta Gautama. Entonces entenderemos muchas cosas (sobre todo a los más viejos), y nos sentiremos deliciosamente mudos al comprender que ninguna experiencia real e íntima puede transferirse al otro, ni siquiera con el “torpe lenguaje”.

Concluyo, pues, con el esquema de vida que trato de seguir con rigor, pues lo otro ya lo probé, y casi me va la vida en ello:

Contención + Negación = Felicidad, Luz, Paz.

Que el mundo se me parezca

  Que el mundo se me parezca   El confinamiento nos ha traído, aparte de algunas otras decenas de cosas, reflexión. Es cierto que estamo...