martes, 10 de julio de 2018

De Monogamia y Poligamia...



...Siguiendo con el hilo de una interesantísima discusión en Facebook con Fernando...

Dejo aquí el enlace de la discusión 

Resumiendo, hablábamos de poligamia y de monogamia, en un tono respetable, simpático y jovial. ¡Gracias, Fer!


Y respondo así: 

¡Pues debo decir que interesante contra-contra-análisis el que me ofreces! Viva la dialéctica. ¿Sabes? Hay territorios donde no sirve de nada (práctico) el debatir, pues cuando tocamos las ideologías o la fe, nadie cambiará un átomo de su oponente (dialéctico). Sin embargo, el ejercicio suele ser placentero para el intelecto, y por eso lo hacemos, siempre sosteniendo las riendas de las pasiones y las emociones (porque si nos dejamos llevar por las furias siderales, sucede que damos un mensaje erróneo, en el que probablemente ni pensemos, a parte de perder toda posibilidad de "disfrute" de ese intercambio dialéctico). Dicho lo cual, vaya por delante pues que no quiero convencer a nadie, te planteo una nueva "réplica", y que vayan sumando.


Lo que planteas nos lleva a una reflexión más profunda que lo que la mera y superficial observación de la realidad (¿la realidad?) de nuestro entorno, digamos, podría presentarnos. Lo que propones nos lleva a pensar en la siguiente pregunta: ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? Dejemos de lado los estudios de Darwin, y quedémonos en la vibración metafórica de la expresión popular. La pregunta sería qué fue antes, la naturaleza humana o sus leyes e imposiciones. O formulado de otra manera: Las leyes (morales, éticas, sociales) de las sociedades aparecen por sí solas, o llegamos a ellas tras la observación milenaria de lo que "nos hace bien" y "lo que nos hace mal".


¿Por qué hay setas que son venenosas? Porque pueden matar, o dañar gravemente tu organismo. ¿Cómo reconocemos las que son venenosas? Bueno, hoy, porque hay estudios científicos que explican hasta la saciedad los componentes químicos perjudiciales. ¿Cómo lo sabían nuestros ancestros, desde hace miles de años? Porque, sin saberlo, ya aplicaban el método científico: experiencia y error. A base de meterse en la boca todo lo que manaba del suelo, los hombres ancestrales aprendieron lo que era perjudicial y lo que era beneficioso.


Sirva este ejemplo para ilustrar el tema que nos ocupa: ¿es el ser humano polígamo por naturaleza? Pues mire usted, si atendemos a su cuerpo como único patrón de conducta, sí, lo es. ¿Qué es el sexo? Bueno, digamos que la naturaleza nos sembró en la psiquis una serie de detonantes que activan los aparatos reproductores, para, justamente eso: reproducirse. ¿Podríamos reproducirnos entonces con varios machos o hembras? Pues, como hacen algunos animales (no todos, como el lobo o la golondrina), sí. Vayamos un poco más lejos, vayamos a esos “detonantes”. Esos pensamientos o excitaciones nerviosas que nos suscitan el deseo sexual. Los seres humanos (como otros animales, tales como el perro o el mono) no tardan en relacionar “placer” con “gratuidad”, es decir, no tardan en descubrir que el placer en sí mismo puede experimentarse sin un fin determinado, por el puro y mero hecho de experimentarlo: en este sentido se presenta la “variedad” como un posible y atrayente modo de experimentar placer. Variar de personas, por supuesto, pero también de objetos: ¿por qué no frotarnos contra una farola? Bueno, esa libertad existe, afortunadamente, aunque solo una pequeñísima parte de la gente se lance a tales experimentos (en Londres una mujer se ha casado, legalmente, con una estación de tren abandonada, con la que mantenía relaciones sexuales desde hacía años).

Ahora bien, si en el devenir de la Historia hemos creado las sociedades, teniendo como pilares fundamentales “lo que nos hace bien” y “lo que no nos hace bien”, ¿por qué se constituye el matrimonio monógamo tan tempranamente en tantas sociedades? (Nota: no en todas las sociedades, como sabemos). ¿Pero por qué? ¿Quién se ocupó de reflexionar sobre este punto? En antropología se estudia que la creación de una sociedad nace de la observación de la naturaleza de convivencia, lo cual genera “normas” para preservar esa naturaleza de convivencia, para conducir a los nuevos integrantes de la manada social (los bebés que vienen al mundo), y así mantener el “orden” social que, a priori, existe para hacernos bien, y evitarnos el daño (en ningún restaurante, que yo conozca, se nos sirven setas venenosas como guarnición). Es cierto que las sociedades cambian a base a transgredir ciertas normas, y eso no está mal, en mi opinión, siempre y cuando dichos cambios vayan sujetos a dos principios: la aceptación de la mayoría de la sociedad para crear pilares estables y fundamentales, y el principio de respeto a la integridad del “otro”. Hay ciertos cambios sociales que han conllevado mucho tiempo, muchas lágrimas, un poco de sangre e incluso algún muerto. Pero bueno, la sociedad va avanzando, y hoy los homosexuales pueden constituirse como pareja estable y legal, aceptada por la mayor parte de la sociedad (aunque queden grupúsculos de detractores, algunos violentos, que afortunadamente van desapareciendo con el paso de los años y el empuje de las generaciones).

Pero sigamos con el tema principal: ¿por qué las sociedades, muchas, que no todas, establecieron desde sus incipientes orígenes la monogamia o el matrimonio? Bien, lo sencillo en este caso es decir que ello servía para “imponer” (palabra que utilizas en tu última réplica) una pauta social. Un científico auténtico de la naturaleza humana, un auténtico arqueólogo del pozo profundo de la antropología, no se quedaría en ese simple hecho (por cierto, simplista), sino que se preguntaría por qué.

Se abren dos cauces (el uno no puede negar al otro, pues carecemos de máquinas del tiempo para remontarnos a hace cien mil años y responder a ciertos porqués): El primero es el del “control” que planteas. Podría ser que los primeros gobernantes de las tribus arcaicas establecieran esa pauta para evitar un exceso en la natalidad (aunque los métodos anticonceptivos son tan antiguos como la disociación entre “sexo” y “reproducción”). Por lo que este argumento pierde fuerza… Pero los defensores del mismo encuentran rápidamente otro soporte argumental para no abandonar su juicio (o pre-juicio) del asunto: “la religión”.

Esto abre el segundo cauce: habría que ahondar más en el significado etimológico de la palabra religión (“religare”) y en sus construcciones socio-políticas en las primeras sociedades. En este sentido, y atendiendo al principio antropológico de que el ser humano busca siempre la “facilidad” en sus modos de convivencia, ¿de dónde nace entonces ese “pensamiento” de que la poligamia es mala? Pensar como hombres de hoy, nos oscurecería cualquier reflexión honda del asunto. Hay que dejar bien atrás los pre-juicios para ponerse en el pellejo de aquellos padres y madres de las sociedades humanas. No sería descabellado, por lo tanto, pensar que tal vez el ser humano ya observara en sus inicios que el tener relaciones con varias personas le procuraba malas sensaciones y experiencias. Quizá no durante el acto sexual, donde la mente se confunde, se mezcla, desaparece, sino a posteriori. Tal vez esas prácticas lo llevaban a alimentar sentimientos de frustración, de complejos, de envidias, de celos, de posesiones, de comparaciones. O tal vez, yéndonos aún más a lo más hondo de la psique, a encontrarse con ese horrible sentimiento de “tristeza” o “depresión”, que probablemente el hombre arcaico no pudiera explicar, pero sí sentir. E igual que las setas venenosas, desde muy temprano, tratara de apartarse de aquello, a pesar de que las setas venenosas suelen ser las más vistosas, las más perfumadas, las más apetecibles. Ya, pero matan.

Tal vez, en las Religiones arcaicas, que pretendían establecer una suerte de “re-unión” (re-ligare) con la Naturaleza (mal traducida por Dios, ya por los griegos, ZeusàTheosàDeosàDios), se asentaran esas bases de protección de aquello que nos perjudica y que nos une a la Naturaleza.

Contraargumento: Ya, pero está en la Naturaleza el tener sexo a placer. Sí, también la Naturaleza nos ofrece las setas venenosas, y el ser humano, a base de probarlas, ha comprendido que el ejercicio de contención del apetito le lleva a sobrevivir.

Contraargumento: Ya, pero uno no se muere por tener una vida promiscua. Cierto. Pero ¿qué factura pasa a largo plazo?

Y aquí el debate entre viejos y jóvenes. Los jóvenes dirán: nada. Los viejos dirán: todo. Y en ese todo podríamos hacer relucir esa “tristeza” o “depresión” que aparece en el ser humano tantas veces.

Ya nos adentramos en terrenos inestables bajo nuestros pies. Cierto. En los terrenos de las opiniones, de los juicios individuales y personales, o en ciertos conocimientos que podamos tener cada uno, en base a nuestra propia experiencia, conocimientos provocados por el esquema “experiencia y error”.

Y volvemos así al punto de partida: ¿quién tiene razón? Pues nadie. O todos. Mientras no se haga daño a nadie más, ¿qué tiene de malo pensar u obrar diferente?

Y no queda otra, pues, que hablar de mí (no por nada, simplemente porque soy yo quien está escribiendo esto). Yo he tenido una vida agitada. He probado las mieles de la variedad, he jugueteado con los límites, he bebido de las aguas de las prohibiciones o inmoralidades. Un día, ya en mi juventud, maté el pre-juicio de lo “establecido”, y me lancé a vivir aventuras. Pasé por aquel estadio del Carpe Diem y del “a mí qué me van a decir”. Borracho de juventud, no vi, por ningún lado, que cada acción nuestra siembra repercusiones en el futuro. Ay, cuantos quebraderos y requiebros yo mismo me sembré. Ay cuando la vida me metió a golpe de mortero los frutos de mis acciones hasta el gaznate. Ay que digestión larga y pesada. Pues sí, pasé por una larga depresión, en la que me costó Dios y ayuda entender que yo mismo la había provocado.

Ahí aparecen las inquietudes: ¿por qué sufro? Y luego libros, y psicólogos, y médicos, y medicamentos, y sanciones alimentarias, sanciones alcohólicas, sanciones y más sanciones, que te van, poco a poco, despejando las entendederas. Y luego otras cosas, pues las tenues luces que arribaban me dejaban ver que se me presentaban ya dos opciones: o sedación y vida a medio párpado, o sanación auténtica. Y si yo mismo me había generado aquellas sensaciones, yo mismo debía curarme. Y es en ese momento cuando las fuentes del saber surgen alrededor. Fuentes que no llegan, pues han estado siempre ahí, solo que nunca te habías preocupado de mirar (pues en otras épocas andaba uno más preocupado en otros menesteres); y así destellan de pronto algunos libros de la biblioteca, en los que no habías reparado antes. Aparecen palabras en tu mente, que te hacen buscar más en internet. Algunas personas cobran más importancia en tu vida, porque antes eran puros asteroides periféricos, raros e incomprensibles. Muchas conversaciones re-afloran en uno, porque antes uno no estaba listo para entenderlas. Y llega uno a la conclusión de que, como hiciera Siddharta hace 2.500 años, hay que sentarse, tranquilo, respirar, en soledad, y ponerse a mirarse el interior. Y empezar a comprender. Y empezar a ver los detonantes. A sentir cómo funcionan. A ver cómo uno los ha alimentado a lo largo de toda la vida. Cómo los ha superpuesto por encima de otras cosas. Cómo esos detonantes nos apartan de la auténtica naturaleza que reside en el zumbido de las abejas, en el cri-cri de las cigarras, en el frote del viento con las hojas, en la mirada de mi perrita cuando se queda absorta mirando la chimenea, en los puentes que hacen las hormigas para sortear un riachuelo, en las nubes informes, en los cielos que se ocultan tras las nubes informes. Y uno llega en esos estados meditativos, a establecer, por uno mismo, la conclusión a la que llegó Siddharta, ya hecho Buda, de que “el deseo es el origen del sufrimiento”. Y surgen entonces frases que algún día se adentraron en la conciencia, y que ahí pernoctaban hasta ese deslumbramiento, como el “Niégate a ti mismo” que dijera un hombre sabio y sencillo, al que las mentes tozudas y “controladoras” (aquí te doy la razón) de los que quisieron “institucionalizar” las pulsiones espirituales, lo convirtieron en un personaje mítico e incuestionable, Padre, Hijo y redentor de la Santa Madre Iglesia.

Y en esos estados uno se Niega a sí mismo, niega sus voluntades corporales (momentáneamente) niega su propia mente, y se sume en ese estado de Conciencia del que hablara Buda, y comprende que nada de lo que hay fuera es real, comprende que esa Conciencia grandiosa y sencilla a la par, no es más que la propia Naturaleza que se expresa en nosotros, que se adentra en nosotros, que nos lava del Ego búdico (o del Pecado Cristiano), y que el Ego o el Pecado no son más que construcciones verbales cuya simbología fue aniquilada por el fanatismo de aquellos que quisieron institucionalizar el “dedo” como Realidad, obviando, como es natural, “la luna” a la que señalaba.

Y dicho lo cual, nada de lo que yo diga podrá modificar ni un átomo de tu pensar, ni nada de lo que me digas tú podrá sembrar un ápice de duda en mi propia experiencia. A partir de ahí, solo digo: vivamos dejándonos llevar por las pulsiones y los detonadores, tan libremente como podamos, como se nos permita. Intentemos, al menos, no hacer ningún mal a los otros. Y si algún día, ya entrados en años, sentimos que la vida se nos desinfla, tal vez, sea el momento de bajarse del carro, y de sentarse bajo un árbol a hacer ese viaje al interior que hiciera, hace 2.500 años, Siddharta Gautama. Entonces entenderemos muchas cosas (sobre todo a los más viejos), y nos sentiremos deliciosamente mudos al comprender que ninguna experiencia real e íntima puede transferirse al otro, ni siquiera con el “torpe lenguaje”.

Concluyo, pues, con el esquema de vida que trato de seguir con rigor, pues lo otro ya lo probé, y casi me va la vida en ello:

Contención + Negación = Felicidad, Luz, Paz.

De la Codicia...


Vuelvo a responder a mi amigo Óscar (a cerca del hilo abierto en la anterior entrada, "Las Sombras").

Hola, amigo.

Supongo que no leíste mi respuesta a tu respuesta… No sé qué sucede con mi blog, pero no funciona bien… No es la primera vez que pongo un comentario y que no se publica. Esta vez lo escribo en Word, para no tener que repetirlo en caso de que, y si no se publica, te lo mandaré por paloma mensajera.

Me alegro de que no se publicara (no sé si tú puedes verlo, yo no), porque eso me ha permitido meditar más tiempo tus palabras, las mías, y la fusión de ideas y conceptos. He leído tu texto varias veces, no por ausencia de claridad, todo lo contrario, es corto, rotundo y muy claro. Está muy bien construido. Ayer me di cuenta mientras lo leía por cuarta o quinta vez que la frase central:

“Extrema derecha??? Extrema izquierda??? Extremo Centro???? EXTREMA CODICIA”

es el epicentro perfecto de tu texto, en él desembocan todas las ideas previas y de él parten las posteriores: tu texto es un ordenado remolino, contundente, potente, lleno de razones, en cuyo vértice, donde recaen todas ellas, se condensan, explotan en una sola razón, y es justamente esa palabra: CODICIA.

Entiendo bien tu tesis. Pero no estoy de acuerdo en ciertas cosas L

Estoy de acuerdo en que la CODICIA es terrible. Es miserable. Pero no es la base de nuestros males (primera cosa en la que no estamos de acuerdo). Y tampoco creo que suprimiendo su alimento (el dinero) desaparezca, y con ella todos nuestros males (segunda cosa en la que no estamos de acuerdo).


En primer lugar, como explicaba en mi primer texto, creo que el origen de todo mal está en el EGO, como te decía. Planteas, en un momento dado, nuestra diferencia como puramente lingüística “Tú le llamas EGO. Perfecto. Yo le llamo CODICIA. EGO codicioso”. Y podría serlo, en cuyo caso podríamos estar de acuerdo. Pero veo un problema en ese planteamiento: las palabras sirven a ciertos propósitos. Normalmente vinculadas al “mundo mental” o “conceptual”, son acuerdos pactados entre una serie de hablantes para entendernos. Cuando nos deslizamos al terreno de la filosofía el lenguaje pierde estabilidad bajo nuestros pies, pues manejamos términos abstractos, sujetos a la interpretación. Deberíamos establecer qué es el EGO o la CODICIA, para ver si realmente estamos de acuerdo en los términos. Pero intuyo que sí, que ambos coincidimos en las definiciones de ambas palabras. Lo veo cuando dices que si quemaras ese cofre del tesoro, y arrojaras el oro al mar, desaparecería la CODICIA. Así que veo que compartimos el significado de CODICIA. Pero vamos al segundo punto:

No creo que haciendo desaparecer el objeto deseado, se haga desaparecer el deseo: ese es un pilar del comunismo, que no comparto. Miles de testimonios lo sustentan: personas que han huido de regímenes comunistas pues han sentido bloqueadas sus libertades. Libertades que pueden caminar hacia la CODICIA, hacia la imposibilidad de progresar en la esfera capitalista, si quieres, pulsiones humanas que pueden ser execrables, estoy de acuerdo, pero suprimiendo en un sistema esas tentativas de progreso individual, no se suprimen sus pulsiones, es decir, no se suprimen los EGOS de cada individuo. Ello, como termitas, roe y corroe cualquier tipo de sistema “justo” que queramos imponer. Es como si decidiéramos eliminar en la sociedad los objetos que provocan nuestros deseos sexuales. Estaríamos frotándonos contra los árboles, porque las pulsiones humanas son así. El Capitalismo es la respuesta a una pulsión humana (horrible, no diré que no), pero no desaparecerá suprimiendo su objeto: el dinero.

Si quemamos el cofre del tesoro, y tiramos todo el oro al mar, en pocos años surgirán otras formas que lo remplazarán, se sustituirá el oro por piedras verdes o violetas, con ciertas formas extravagantes, o por un tipo de madera con unas características raras y particulares, o por dibujos de un grupo de niños inocentes a los que se les otorgará un valor subjetivo y absurdo, y el ser humano rabiará por tenerlo, para luego intercambiarlo por otro tipo de bienes, y el concepto (o mejor dicho “el hecho”) de la especulación, no tardará en aparecer, así como el del préstamo, el del interés, el de acumulación, el de ahorro, el de herencia, etc. Y esas ansias de poseer y de tener poder, provocarán guerras y demás cosas que ya sabemos, desde hace varios cientos de miles de años. Porque la CODICIA no nace por la aparición del DINERO, el DINERO es una consecuencia de esa CODICIA larvada en nuestro interior. La CODICIA se manifestará en cualquier ámbito de la vida, en cualquier sistema, irrumpirá en él, lo minará, creará pobres y creará ricos, y creará, sobre todo, muchos enfermos mentales, muchas depresiones, mucha pérdida.

Las derechas y las izquierdas (en las que nos cagamos los dos, faltaría más), siempre han coincidido en el mismo error: Si modificamos el exterior, todo irá bien. Ninguna ha tenido en consideración el interior torcido y corrompido del ser humano. Y todo va por periodos, claro. Las derechas han manejado gran parte del destino de nuestra sociedad (hablo de España) a lo largo del siglo XX. Han tratado de crear una sociedad moral y éticamente perfecta, sin tener en cuenta dos cosas: el interior podrido del ser humano, y sus detractores políticos o ideológicos. Partieron del mismo esquema que propones (quemar el cofre del tesoro y arrojar el dinero al mar): si imponemos castigos ejemplares con las personas inmorales o con los detractores, la gente no hará cosas perversas. Falso: la gente (empezando por ellos) continuó haciendo cosas perversas. A algunos defensores de Franco, que conviven en mis entornos más próximos, siempre les suelto ese argumento: si Franco tenía un proyecto de sociedad tan bueno, y estaba seguro de que sus métodos mejorarían nuestra sociedad, ¿cómo es que tras su muerte nos hemos ido al extremo opuesto? Franco no lo hizo tan bien… Se equivocó en ese factor que denuncio hasta el hartazgo: “Mi Realidad subjetiva es la REALIDAD con mayúsculas” (eso es fanatismo): Y luego se equivocó en la segunda cosa que me harto de denunciar constantemente: “Quiero imponer mi Realidad a los demás, a cualquier precio” (eso es autoritarismo, ojo, que no “fascismo”, pues esa actitud de imponer una Realidad subjetiva de una minoría a toda una sociedad, la hemos visto en regímenes comunistas también, en fin, en cualquier dictadura).

Decía que durante el siglo XX imperó ese discurso de derechas, más vinculado al Capitalismo. Ahora nos enfrentamos a otro modelo: el discurso anti-capitalista. Es cierto que en las grandes esferas los ricachones (que no sé si existen realmente, o es que he decidido aceptar las sombras y proyecciones de los que me lo dicen constantemente), se ríen viendo lo que pasa aquí abajo. Aquí abajo, te puedes cagar en el capitalismo, y estás más o menos aceptado por un grupo de personas simpáticas. Si te cagas en el comunismo, esas personas saltan con puñales como dientes a arrancarte la piel. La derecha (social) se ha quedado en un segundo plano (se ha desgastado, es natural), y las personas de pensamiento conservador (hablo de la gente de la calle), viven más o menos en silencio. En fin, esto que digo no es aplicable al 100%, naturalmente, porque siempre hay manifestaciones, puntuales, individuales o colectivas, de todas nuestras proyecciones, nuestras sombras, nuestro Ego.

En cuanto a esto, Antonio Escohotado, al que merece la pena leer, o escuchar, dice muchas cosas más interesantes y mejor expresadas que yo.

Pero da igual, si nos dejamos llevar por el “maya”, el mundo del concepto y de la ilusión (o de la sombra y la proyección), nos metemos en un atolladero del que no hay mucha salida reconfortante. Vuelvo a pegar el salto. El EGO.

¿Qué es el EGO? ¡Lo sé! ¿De dónde viene? NO LO SÉ. Pero me da igual J

Ego y Conciencia, ya he tratado este tema varias veces. Vamos con ello.

En mi vida, tú me conoces, he tratado de investigar sobre el interior. El interior del ser humano. Pero no se puede entender ese interior mirando hacia fuera. Siempre hacia dentro de uno mismo. Decía Sócrates: “Conócete a ti mismo, y conocerás el Universo y a sus Dioses”. Es así. No podemos juzgar la Codicia (ni ningún otro mal), si no somos capaces de observarla en nosotros mismos.

En este recorrido, me he topado con muchas frases que han impactado luminosamente mi conciencia, que han quedado como poso de luz, como escudo y como sustento. Frases de muchísimas personas que, antes que yo, ya se ocuparon de estos menesteres, del conocimiento interior, como única forma de “liberación”. Lo increíble es ver que, en más de diez mil años de frases, todas ellas coinciden en el mismo mensaje. Vamos con Jesús de Nazaret, al que llamaban “El Cristo”, cuya etimología quiere decir “Krishna”, el que ha “crista-lizado la Verdad”. Al margen de los vericuetos intelectuales a los que nos puede llevar el debatir sobre el “personaje” (que me interesa bien poco), me quedo con ciertas frases que arrojan luz, mucha luz, a la liberación del dolor y del sufrimiento.

Decía Jesús: “miráis la paja en el ojo ajeno y no veis la biga en el propio”.

Ok, Maestro, lo entiendo. Pero, ¿y ahora qué hago?

Y respondía: “Niégate a ti mismo”.

Ah… Ahí empieza a interesarme este asunto. Niégate a ti mismo…

El cristianismo ha sido tan mal interpretado… O mejor dicho, no, el problema es justamente ese: no ha sido interpretado, ha sido tomado al pie de la letra, la mayor parte de las veces. El Nuevos Testamento, así como los Evangelios gnósticos o apócrifos, deberían ser objeto de meditación, reflexión y estudio, pues en ellos se esconden tantas verdades, tantas fórmulas para ayudarnos a escapar de nosotros mismos, justamente para ser libres del mundo… Ese camino no lleva, en ningún caso, a hacer una “revolución” con unos cuantos más, y quemar algunos edificios, tirar algunos monumentos, matar a algunos oponentes, impartir pensamiento, poner una guillotina en cada plaza, y finalmente declararle la guerra a los países colindantes. Ese “negarse a sí mismo”, ese separar el Ego de la Conciencia, es una actividad práctica, sincera y voluntaria, que cada individuo puede hacer.

Y la persona que vive así, no llama la atención desde el exterior. No suele estar en Manifestaciones, porque ya sabe que nada va a cambiar en la Sociedad mientras no se acabe con el Ego interior de las personas. Y sabe que ese Ego solo puede ser eliminado por cada cual, voluntariamente. Y sabe que toda una sociedad, cada individuo, no va a eliminar sus Egos, porque uno no puede ir puerta por puerta eliminando los Egos de sus vecinos. Así que esta persona se dedica a vivir en paz consigo misma y con los demás. A veces puede dar la razón a otras personas, no suele entrar en debates ni en discordias, se levanta pronto, va a trabajar, hace la compra, paga sus impuestos, sabe que la Rebeldía auténtica está en el interior. Esta persona ya viaja por otras dimensiones, en estado de Conciencia, y sabe que lo terrestre, lo material, lo tridimensional, es solo pasajero. Que todas las pulsiones de los Egos de la gente por cambiar el mundo, hacia un lado o hacia otro, no servirán de nada, pues los Egos imperarán en última estancia. Y más vale trabajarse uno a sí mismo que consagrar la vida a cambiar la Realidad Exterior, que nunca funcionará. Esta persona seguirá trabajándose a sí misma, y en un momento dado, antes incluso de morir, ya estará habitando en otros planos de Conciencia, y la muerte no será más que un tránsito agradable, como el que se cambia la camisa sudada después de un día de trabajo duro, y se pone otra limpia y suave.

Ayudar a los demás. Duro tema.

En ese camino, uno comienza a ver y a comprender las sombras que nos rodean. Lamenta, como no podrías ser de otro modo, ver que sus vecinos, que sus familiares, que sus hermanos, viven presos de dichas sombras. Pero, como decía Valle-Inlclán, “cuando nos asomamos más allá de los sentidos, experimentamos la angustia de ser mudos”. Es decir: cuando uno tiene la experiencia de salirse de su propio Ego, de habitar, momentáneamente, en la Conciencia de experimentar la Realidad con mayúsculas, uno se da cuenta que ninguno de nuestros pobres cinco sentidos puede acceder ahí, y qué decir del limitadísimo lenguaje… Así que, de vuelta, con los Egos de nuevo revoloteando en nuestro interior, pero con el grabado a fuego de la experiencia en la Conciencia, uno se debate muchas veces a cerca de cómo poder ayudar a otros a salirse de sus sombras… Es una pregunta difícil. Ahí aparecen oradores y poetas, los místicos, siempre con discursos extraños, raros, bellos, palabras que combinadas con cierta maestría nos llevan a comprender cosas más allá de esas palabras.

Lo que sí está claro es que, como decía Lope: “esto es amor, quien lo probó lo sabe”. Entonces hablar de Conciencia y de Ego con personas que viven en las sombras, que parten de la base de que esas sombras son la Realidad, es una cruzada inútil.

Por eso, en mis debates online, trato de apuntar más alto, usando el lenguaje de aquí abajo, y mis palabras se quedan flotantes y sombrías, para mucha gente.





Que el mundo se me parezca

  Que el mundo se me parezca   El confinamiento nos ha traído, aparte de algunas otras decenas de cosas, reflexión. Es cierto que estamo...