martes, 3 de abril de 2018

El punto contra el plano VIII


8. De la educación

Parto de la base de que el ser humano es inteligente. En mi vida, me he topado con personas muy inteligentes (mucho más que yo), que defienden argumentos que yo, desde mi meridiana inteligencia, pero sobre todo desde mi conciencia, me resultan indefendibles. Eso me hace reflexionar acerca de que la inteligencia puede estar dirigida por la emoción, conducida desde la educación. ¿Unos tipos que se meten en un avión con palitos de madera, se hacen con los mandos, y se estrellan contra las Torres Gemelas? Llevar eso a cabo denota una inteligencia bastante brutal (en todos los sentidos). No, la inteligencia no demuestra tener razón en nada. La inteligencia es un vehículo. El conductor es el que dirige. En la sociedad enseñamos bien a nuestros futuros conductores a conducir siempre por su carril, a pararse en los semáforos en rojo, a ceder el paso a los peatones, a respetar los límites de velocidad. ¿Qué sucede si en otra región del mismo territorio se les enseña a los conductores que deben conducir de otro modo? El conflicto está asegurado. Y ahí está la clave: la educación. Puede ser que una persona sensible al mundo, madura espiritualmente (madura en su profundidad, en su reflexión) pueda tornar sus ideas para contribuir en la construcción de una mejor sociedad, de un mejor plano, para todos. Pero esto no suele suceder: solemos cargar con las ideologías de nuestros padres. Y a veces, en pleno fervor adolescente, nos oponemos diametralmente, y asumimos las contrarias (este movimiento se suele dar de derecha a izquierda… aunque conozco casos donde se produce al revés). Pero en dicho movimiento, no creáis que nos convertiremos en maestros de nosotros mismos, en sabios instructores de conductas o de reflexiones: por lo general, buscamos remplazar nuestros modelos educativos con otros que se acuerden mejor con nuestra nueva e incipiente “identidad”. Es un movimiento sano, qué duda cabe: la construcción del individuo, el despertar de la conciencia social o comunitaria. Pero, salvando estas excepciones que cambian diametralmente sus modelos, la mayor parte de las personas preservamos las ideologías que nos han servido al desayuno, a la comida, a la merienda y a la cena en nuestra casa. Y cuando toca levantar el vuelo, seguiremos nutriendo nuestras ideas ya solitos. Y nos ocuparemos de nutrirlas en los demás: sobre todo en nuestros hijos, no vaya a ser que se nos vayan al bando contrario. Así las ideologías se perpetúan, y se pulen con mucha lentitud, pero se pulen, a fin de cuentas. La razón tarda tiempo, mucho tiempo, en adentrarse en el territorio inconstante y fantástico de la emoción. Pero lo va haciendo (hemos tardado unos siglos en terminar con el sistema social medieval… Y quizá aún quede trabajo, pero en ello se está, esto avanza). Pero, por lo general, me atrevería a hablar de un elevadísimo porcentaje de seres humanos, solemos ver el mundo a través de lo que nos han enseñado. La visión del mundo se modela en los niños. No les dejamos descubrirlo por sí mismos, debemos interferir en su aprendizaje, no vaya a ser que… Eso. Si un niño se cría en una familia del Madrid, lo normal es que el niño sea del Madrid. Si un niño se cría en una familia del Barça, lo normal es que sea del Barça. Si un niño se cría en una sociedad donde se le dice (desayuno, comida, merienda, cena) que Occidente es el enemigo, Occidente será el enemigo. Si un niño se cría en una familia donde se le dice que España es el enemigo, España será el enemigo. Y pasar de la idea al acto es tan fácil como poner la televisión, o echar un vistazo a las redes sociales: manifestaciones violentas, asesinatos, odio, agresiones físicas, morales, verbales o espirituales. ¿Hay excepciones? Las hay. Benditas sean todas ellas. Pero, por lo general, suele funcionar así. Por eso la sociedad, en sus pactos y acuerdos para conseguir formular un aparato legal, contempla esto como delito: “incentivación al odio”. No solo el acto en sí mismo, sino la manipulación del “otro” para que responda a intereses personales o comunitarios. Dejad al “otro” en paz, caramba. Aunque el “otro” sea tu hijo, aún más si lo es: ámalo con humildad, no lo modeles con soberbia. Quizá así cuando sea mayor vea el plano con mayor objetividad, y se sume a combates pacíficos con tantos otros puntos distribuidos por todo el plano, para mejorar el sistema que tenemos, en beneficio de todos. Pero no. Esto no va a suceder, como decía antes, porque estamos atrapados por “nuestra verdad”, y no contentos con eso, debemos transmitírsela sí o sí a nuestros hijos. Decía Gaddiel (gran escritor, catalán, por cierto) que si tomáramos a un bebé en cualquier parte del mundo, y lo entregáramos a otra sociedad completamente diferente, el niño se criaría con los valores de la sociedad de acogida, sin ningún problema. En fin, todo esto para decir que no se trata de una cuestión de genes, sino de educación. Podemos entender entonces que exista esa visión negativa de España por parte de una parte de los catalanes independentistas. Pero deberíamos dividirlos en dos grupos:

1. Los dirigentes e intelectuales que producen discurso.
2. Los ciudadanos activos que acometen actos.

En esto todos somos culpables. Todos tratamos siempre de imponer nuestro punto de vista. Y los más humildes, no lo hacen, pero por lo general son tan impermeables como el resto: ¿quién convence a quién de algo hoy en día? Podemos convencer a alguien que no consume series a engancharse a Braking Bad, es relativamente fácil (si los gustos de la persona en cuestión van acorde con la propuesta de la serie); pero ¿convencer a alguien de que su punto de vista férreo en cuanto a algo es falso? Imposible. A mí estos choques lo que me suelen provocar es un replanteamiento de mí mismo. No puede ser que yo y mi amigos tengamos puntos de vista tan opuestos, con lo que nos queremos y nos admiramos. Pero sí, esto sucede casi a diario. Así que, ya lejos de los nervios que se suelen producir en el momento de una discusión, suelo interiorizar la mirada, y trato de preguntarme acerca del porqué de mis propias opiniones: ¿son mis opiniones? ¿Son de mis padres? ¿Son realmente de mis padres? ¿Son de mis abuelos? Bueno… y si fueran mías, labradas con humildad y experiencia: ¿son realmente mis opiniones? Este modelo sirve de poco a la sociedad, porque tratar de enfrentarse a sí mismo es una de las guerras más duras que puede enfrentar el ser humano. El “Negarse a sí mismo”. Pero claro, no contentos con nuestra visión del mundo, tratamos de imponérsela a los demás, e incurrimos en otra falta capital: miramos la paja en el ojo ajeno, y no vemos la viga en el propio. Necesitaríamos un gran lavado de soberbia en la sociedad. Y también, ya de paso, otro de productores de pensamiento dirigido. Acabar con la producción de fanáticos: de fanáticos del Barça o del Madrid, de fanáticos de su re(li)gión por encima de la de los demás, de fanáticos de su país contra otros, de fanáticos de un tipo de música, de fanáticos de un tipo de cine o de novela. Deberíamos dejar la libertad al individuo de que forjara solito sus opiniones, sus creencias, dentro de un marco legal que no permitiera saltarse, ni por un pelo, los derechos fundamentales de las personas. Ese es el modelo al que no llegaremos, mientras no seamos capaces de echar una miradita al interior.

            à Contra-argumento: contesto antes de que me caigan los chaparrones: algo que solemos oír muy a menudo es el famoso: “España nos roba”. Los independentistas (imagino que no todos, por supuesto), transmiten ese mensaje de maltrato. Cuando dicen “España” quieren decir los españoles (las piedras, los bosques, los llanos y los ríos no los odian, creo que en ese punto tanto A como B compartimos la misma valoración de X). Bien, planteemos dos hipótesis:

            PRIMERA HIPÓTESIS: España les maltrata realmente. Primero sería demostrarlo, con documentos, con testimonios, pero que sean lo suficientemente numerosos y fiables como para que la comunidad internacional se haga eco. Y no nos vayamos tan lejos, confío en la pulsión humana del pueblo español, de la mayoría de los españoles: si recibieran noticias reales y palpables de un abuso al pueblo catalán, la mayor parte de la sociedad exigiría justicia contra el gobierno central. Pero no las recibimos. Si dispusieran de dichas pruebas, ¿por qué no las hacen públicas? ¿Por qué no me llegan a través de la Televisión Catalana, o la TVE, o cualquier otro medio? Las he buscado. Y solo he encontrado algunas fotos falsas enviadas a medios extranjeros (como la famosa mujer sangrando en una manifestación; lo cual se probó que era una foto de archivo, de acontecimientos muy precedentes a los acontecidos el día del referéndum). Si tuvieran dichas pruebas, ¿por qué falsear otras? ¿Quién ha salido dando explicaciones? Pues… solo Rajoy y Rivera (que no son santos de mi devoción, aunque en realidad nadie lo es. Solo Mary Poppins lo es).
                 
SEGUNDA HIPÓTESIS: España no les maltrata en verdad, sin embargo es lo que quieren transmitir a la comunidad internacional. Pero, ¿Quién? ¿Cómo?

Los ideólogos y mentores de la revolución. ¿Cómo hacer una revolución? Pues, lo primero, es ganarse adeptos. Y para ello, se ponen en marcha mecanismos de persuasión, manipulación y difusión tan eficaces como útiles a sus propósitos. No sé si habéis visto la película Agárralo como puedas. Yo sí. Frank Drevin (Brigada Policial) debe hacer frente a una organización delictiva que pretende asesinar a la reina de Inglaterra. Vincent Ludwig (el malo) es contratado por dicha organización para llevar a cabo el asesinato. Cuando Papshmir, el representante de la organización, se entrevista con Ludwig para conocer los detalles, este último le muestra cómo hacerlo: ha hipnotizado a su secretaria y cuando pulsa un botón, esta pierde la noción de sí misma, y cumple mecánicamente su instrucción: toma una pistola de un cajón, y encañona a Papshmir mientras dice: “debo matar a Papshmir”. Naturalmente la pistola no está cargada. Cuando Ludwig vuelve a pulsar el botón, la secretaria recupera su identidad, no recuerda nada. Ludwig lo ha hecho para mostrar a Papshmir el modus operandi que piensan llevar a cabo. Y cuando la secretaria se marcha, Ludwig dice: “dígame, señor Papshmir, ¿conocía usted la hipnosis inducida sensorialmente?”. Ludwig determina que el mejor asesino es alguien que no sepa que es un asesino. Bien, lo mismo sucede con… bueno, en realidad con todo: desde terroristas, fundamentalistas, fanáticos, sectas, hinchas violentos, etc. Centrándonos en el problema catalán, manifiesto que sé, por el simple hecho de observar mi entorno y a mí mismo, que ha habido una gran manipulación de los niños desde hace, probablemente, más de treinta años. Niños inocentes que les tocó nacer en una familia determinada, una familia que, por experiencias o por educación, ya tenía preestablecida una mirada concreta de su Realidad Subjetiva, una mirada que dicha familia se ocupará de servir a su hijo al desayuno, comida, merienda y cena. Es así como formamos individuos capaces de enfrentarse a lo que sea por defender una idea abstracta. ¿Por qué lo sé? Porque les he escuchado hablar, cientos de veces. He hablado con muchos en persona, y he visto a cientos por televisión, he leído a decenas en redes sociales, incluso he mantenido correspondencia por mail con plataformas independentistas. Y veo que viven sumergidos en una Realidad Alternativa. Tal vez mi Realidad no sea la correcta tampoco (seguro que tampoco lo es, ya dije que todos desconocemos el significado de X) sin embargo sé que la Realidad que comparto con la mayor parte de los españoles (con la mayor parte de los puntos del plano), tiende a la paz, tiende al entendimiento, tiende a la hermandad, y sabemos que el discurso separatista genera problemas, muchos problemas, muchos de ellos violentos, que ya se están dejando ver, y por eso el pueblo español, la gran mayoría del pueblo español (incluyendo una buena mitad del pueblo catalán) se manifiesta en contra del procés. Porque queremos paz. Queremos tranquilidad. No queremos discordia, discordia tras la cual se plantea una distopía irrealizable e imposible. En fin, sigamos con la educación.

Algo muy complejo en este juego de la educación (manipulación) es detenerse a analizar a los ideólogos. Tenemos dos tipos de ideólogos:

1. Los ideólogos conocedores de esa manipulación cegadora.

2. Los ideólogos convencidos de esa realidad subjetiva.

¿Quiénes son en el caso de Cataluña? Seguro que la mayor parte son ideólogos convencidos de dicha realidad. Ideólogos a los que acuso, severamente, de buscar una fractura dentro y fuera del pueblo catalán, por intereses que se me escapan: ¿ocultamiento de corruptelas? No lo sé, sinceramente. Pero dudo, en realidad, que alguien capaz de organizar tamaño revuelo no sea capaz de entrever las nefastas consecuencias en lo tocante a la economía, pero sobre todo a la fraternidad. Igualmente es así, lo han hecho, algunos han huido, otros han dado la cara, todos se revuelven porque la ley actúe contra ellos, y ahora, más que nunca, sí dan la impresión de ser ideólogos convencidos, es decir, fanáticos de una idea abstracta que han querido llevar hasta sus últimas consecuencias (a pesar de su vida o de su muerte). En este punto, recomendaría El arte de ser feliz de Schopenhauer, una delicia de libro. Nos explica cómo, en la Revolución Francesa, hubo ciertos aristócratas que, antes de ser guillotinados, se ocupaban de tener bien colocada la peluca: hasta ese punto, incluso a las puertas de la muerte, la construcción de la realidad que hemos forjado en torno nuestro prima sobre la propia conciencia de sí mismo. Es algo bastante humano: la creación de mártires. Pero algo peor que crear un “mártir” que sirva de soporte a la construcción de una Realidad Subjetiva y Colectiva, es el desear serlo uno mismo, aunque hoy en día se puede ser mártir y cobarde al mismo tiempo, y desempeñar tu papel de “perseguido político” desde Bruselas, al amparo de partidos de dudosa ideología, viviendo a cuerpo de rey, y con miedo en la mirada. Cobardes: esto no es subjetivo, la cobardía, como la valentía, se aprecian desde lo más hondo de una razón no manipulada.

Desde mi razón y mi conciencia, desprovista (gracias a Dios) de manipulaciones familiares u otras, observo que los dirigentes catalanes presos no son “presos políticos”, como se insiste en decir. Son personas que han cometido delitos, y desde la ley, se les ha ajusticiado. Debería ser así para todo el mundo, y no lo es, de acuerdo. Sé que los poderes no miden con el mismo rasero todos los casos, sé que hay personas intocables dentro del plano, y sé la indignación que esto provoca a la mayor parte de puntos. Comparto esa indignación. Y apoyo la unión de los puntos para cambiar esa realidad. Pero en lo tocante al problema catalán, me parecía urgente que la ley se hiciera valer y respetar, para preservar la unidad de un plano donde, la mayoría de los puntos, desean preservar dicho plano, en beneficio de todos (aunque haya puntos a los que les han enseñado que no es así).

Dicho lo cual, acepto las rabietas cósmicas que puedan generar estos relatos, las conozco y las anticipo, igual que conozco y anticipo (a veces) mis propias rabietas.

Gracias por haber llegado hasta aquí.

Hasta pronto.


El punto contra el plano VII


7. De practicidad

Y ahora quiero tornar el relato hacia la practicidad del asunto. Quizá se haya traslucido a lo largo de estos pensares un posicionamiento más bien anti-independentista. No lo negaré, el texto es el que es, y tras él, hay ciertas porciones de mí (pero no todas). Pero lo afirmo, sin tibiezas: me posiciono en contra del procés. He tratado de entenderlo, con muchísima humildad, he hablado y discutido con un gran número de independentistas. Me he negado a mí mismo, incluso he jugado a su juego, y me hice independentista. También me hice anti-independentista pro-referéndum. Así es la identidad, cuando uno conoce su propio ego: mudable: lo único estable en nosotros es el alma (que diríamos los cristianos) o la conciencia (que diríamos los budistas)… En fin, he jugado a todos estos juegos, y cuando ya reculaba para recuperar un poquito la visión global y objetiva, sucedió el referéndum, y la declaración unilateral de independencia. Y con esto, sucedió que se me agotaron la tibieza y las ganas de jugar. ¿Cómo? ¿Que unos poquitos puntos deciden sobre el futuro de todo el plano? ¿Que como argumentos dicen que es “la voluntad de los puntitos” y que al resto de puntos no nos concierne?

Bueno. Y:

¿Qué hacer en esta situación? No se puede hacer nada. Solo confiar en las leyes que nos unen y hermanan, aunque haya hermanos que no quieran ser hermanos… es la familia donde nos tocó nacer. Y es por esto, por esto mismo, por lo que me posiciono contra el procés: y esgrimo una flechita a los cuatro vientos à
à Creo que tanto Rajoy (y la mayor parte de los españoles) como Puigdemont (y la mayor parte de los catalano-independentistas) padecen la misma ensoñación, el mismo ensimismamiento, la misma dolencia y padecimiento al identificarse con sus propias ideas y proyecciones. No son las mismas proyecciones (de ahí el problema, X no es X para los dos), pero sí son proyecciones irreales (en realidad X es igual a Z para Rajoy y X es igual a J para Puigdemont. X es X y punto. Ahora bien, ¿qué es X? No lo sé. No conozco la Realidad).
            Pero eso no importa. Estoy en contra del procés por una cuestión cronotópica. Estoy a favor de la unidad de España, porque es la situación en la que nos encontramos hoy en día. Porque el devenir de la historia nos ha traído aquí. A este momento raro y concreto. Y es este momento, nuestro referente y nuestro motor. Creo que se ha sudado mucho, que se han derramado muchas lágrimas y mucha sangre, para encontrarnos en el momento en el que nos encontramos. Probablemente se hayan hecho barbaridades horrendas en el pasado, pero el pasado nos ha dado el presente. Creo que una separación sería ir a peor: caída de la economía, fractura social, enfrentamientos turbios, imposiciones de la comunidad internacional, y un largo etcétera.
            No me engaño (no os engañéis vosotros conmigo tampoco): si a lo largo del curso de la historia Cataluña hubiera conseguido su independencia, o si bien nunca hubiera pertenecido al territorio español, mi discurso sería el contrario: si el equilibrio presente se viera trastocado por una pulsión nacionalista-española para conquistar e integrar Cataluña contra la voluntad del pueblo catalán, me manifestaría consumadamente en contra. Creo en el azar del devenir de la historia. Nos toca gestionar el presente, con razón y corazón. No con uno solo de los dos.
            He dicho que los anti-independentistas y que los independentistas padecían del mismo mal: pero la situación es diferente: Rajoy quiere estabilidad, lo cual es sinónimo de preservación de la situación. Los independentistas quieren romper la situación actual, lo cual es sinónimo de desestabilidad. Yo quiero cambios (desde lo más hondo de mis proyecciones) pero dentro del marco existente. Quiero justicia social, quiero fraternidad, quiero luz. No quiero rabias, ni odio, ni rencores.




Que el mundo se me parezca

  Que el mundo se me parezca   El confinamiento nos ha traído, aparte de algunas otras decenas de cosas, reflexión. Es cierto que estamo...