viernes, 15 de marzo de 2019

Sobre buenismo

Respondiendo a mi amiga Isabel, que compartía conmigo el artículo "A favor del buenismo", de Esperanza Ortega.


Qué terrible manipulación. Creo que lo peor no es situarse uno como el “bueno”, sino decir que el de enfrente no lo es. Insisto en que la comparación con Hitler es, ya de por sí, infantilmente manipuladora. Ni Hitler tenía comparativos precedentes, ni tampoco un peso social en contra en su entorno. O sí, esto sí lo tenía, sus detractores naturales que se opusieron a él, y lo vencieron tras una guerra espantosa. Pero ¿por qué se produjo esa guerra? Porque Hitler no quiso entrar a jugar con las reglas establecidas (fue un tiempo muy convulso, en el que se apostaba fuertemente, por un lado y por otro, por la descomposición del sistema y la reconstrucción de uno nuevo, según dos modelos diferentes en muchas cosas, y próximos en otras: el comunismo y el fascismo). Pero claro, no tengo ningún indicio, ninguno, que me haga ver que Vox, por ejemplo, quiera saltarse las reglas del juego, u oponerse bélicamente a sus contrarios. ¿Tienen un discurso duro?, sí (como lo tiene Podemos), ¿plantean una modificación de ciertas pautas de convivencia, que queden reflejadas en la Constitución?, sí, como plantea también Podemos (y siempre con el consentimiento de una mayoría de españoles). Pero todo (tanto Podemos como Vox) lo hacen apostando por las reglas del juego: “prometo acatar la Constitución, y trabajar para cambiarla”, dijeron en la toma de posesión de sus escaños en el Parlamento. Bravo. Podemos estar o no de acuerdo, pero la única forma de garantizarse un discurrir no bélico de las situaciones, es jugar con las reglas del juego. Si no, volvemos al Far West, donde cómo estoy a disgusto con el resultado de la partida de póker, saco mi revólver y te mato.

Vuelvo. Resulta escalofriante ver cómo alguien se dice “bueno” a sí mismo. Quien es bueno, lo es. Punto. El hecho de insistir en ese hecho, es perturbador. Pues, en realidad, es un inflamado amor propio el que habla. Luego uno se ve inmerso en una masa de gente que se dirige a impedir un desahucio, y se siente “bueno”, siente que forma parte del “bien”, de lo “correcto”, se siente, se siente, se siente. Eso ya es lamentable, el sentirse bueno, por un lado, y el promulgarlo, por otro. Pues no hay mayor bloqueo en la senda espiritual, en la búsqueda de la luz, que pensar que ya la has encontrado. El primer síntoma de haberla encontrado, es que no lo dirás. Es que sentirás ese amor del que hablabas por todo el mundo, ah sí, también por tus “enemigos”. Jesús decía que había de amarse a todo el mundo, también a los enemigos. Ahí tenemos un primer rasgo de eso que llamamos cristianismo, y que manipulamos a placer de nuestro propio ego, que se regodea en ese sentimiento abstracto y conceptual al que llamamos “bien”. Ay, pero hay tanta diferencia entre la energía que se produce en nuestras moléculas, en nuestras células, en nuestros átomos, en una manifestación, rodeados de personas buenas, y la que se produce en un estado de meditación, solitario, en el que el ego se evapora, y queda el Ser rezumando y vibrando por todos los costales de adentro y de fuera… que quien no lo ha experimentado a esos niveles, no puede comprenderlos, ni imaginarlos.

Así que no, la bondad no es un concepto que podamos desmenuzar a guisa del intelecto, para aplicárselo a esto sí, a esto no. Verse uno mismo como “bueno”, y proclamarlo a los cuatro vientos, ya es para mí un síntoma de peligro, procuro, mi esencia procura, mantenerse alejada de esos discursos tan propios del Ego (es una herramienta milenaria que tienen las tinieblas para protegerse de la Luz: decir que “ellas son la luz”). Pero si además la persona que se ve como “buena”, y que lo proclama alegremente, acusa de “malos” a estos, o a los otros, ya, para mí, es definitivo: sus palabras no tienen valor ni consistencia. La propia Irene Montero, mi amada archienemiga intelectual (tengo un cariño inexplicable por esta mujer), dijo en el debate de la Ser que reunía a varias mujeres de los principales partidos, que las ideas de Rosario Monasterio (Vox) eran las contrarias a las suyas, pero recalcó que eran “legítimas”. Le costó dejar salir esa palabra (su frente fruncida, su voz acelerada, sus ojos que se resistían a mirarla de frente), pero lo dijo. Yo sé por qué lo dijo. Una porción de interés electoral (sabe que la gente está cansada de que se repartan carnets de buenas personas -no me gusta esta expresión, por el simple hecho de que fue Rivera quien la puso de moda, pero que mi prejuicio no apague la razón), pero, por otra parte, porque sé que la Conciencia, la Esencia, de Montero, igual que la de Iglesias, están empujando desde lo más hondo de sus egos. Sus convicciones, ahora, suenan impostadas cuando las promulgan, añaden una energía artificial y desmesurada cuando las promulgan, y es, precisamente, porque están atados a ellas, y tratan de seguir autoconvenciéndose de ellas. Pero la Conciencia ya empuja (eso se nota, se aprecia) y me hace feliz… En unos años, tal vez, pasen por el doloroso trance que supone el auto extirparse un prejuicio, como hiciere mi admirado Antonio Escohotado, y quizá, en la última etapa de sus vidas, aporten otro mensaje al mundo, más relacionado con el Libre albedrío crístico, y menos con la imposición de modelos subjetivos, fijados en lo que “Yo considero bueno, por encima de lo que considere el de enfrente”. Ego y puro ego, versus, Conciencia y pura conciencia.

El resto, mi amada amiga, pura ficción.


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