Qué terrible manipulación. Creo
que lo peor no es situarse uno como el “bueno”, sino decir que el de enfrente no
lo es. Insisto en que la comparación con Hitler es, ya de por sí, infantilmente manipuladora. Ni Hitler tenía comparativos precedentes, ni tampoco un peso
social en contra en su entorno. O sí, esto sí lo tenía, sus detractores
naturales que se opusieron a él, y lo vencieron tras una guerra espantosa. Pero
¿por qué se produjo esa guerra? Porque Hitler no quiso entrar a jugar con las
reglas establecidas (fue un tiempo muy convulso, en el que se apostaba
fuertemente, por un lado y por otro, por la descomposición del sistema y la
reconstrucción de uno nuevo, según dos modelos diferentes en muchas cosas, y
próximos en otras: el comunismo y el fascismo). Pero claro, no tengo ningún
indicio, ninguno, que me haga ver que Vox, por ejemplo, quiera saltarse las reglas
del juego, u oponerse bélicamente a sus contrarios. ¿Tienen un discurso duro?,
sí (como lo tiene Podemos), ¿plantean una modificación de ciertas pautas de
convivencia, que queden reflejadas en la Constitución?, sí, como plantea
también Podemos (y siempre con el consentimiento de una mayoría de españoles).
Pero todo (tanto Podemos como Vox) lo hacen apostando por las reglas del juego:
“prometo acatar la Constitución, y trabajar para cambiarla”, dijeron en la toma
de posesión de sus escaños en el Parlamento. Bravo. Podemos estar o no de
acuerdo, pero la única forma de garantizarse un discurrir no bélico de las
situaciones, es jugar con las reglas del juego. Si no, volvemos al Far West,
donde cómo estoy a disgusto con el resultado de la partida de póker, saco mi
revólver y te mato.
Vuelvo. Resulta escalofriante ver
cómo alguien se dice “bueno” a sí mismo. Quien es bueno, lo es. Punto. El hecho
de insistir en ese hecho, es perturbador. Pues, en realidad, es un inflamado
amor propio el que habla. Luego uno se ve inmerso en una masa de gente que se
dirige a impedir un desahucio, y se siente “bueno”, siente que forma parte del “bien”,
de lo “correcto”, se siente, se siente, se siente. Eso ya es lamentable, el
sentirse bueno, por un lado, y el promulgarlo, por otro. Pues no hay mayor
bloqueo en la senda espiritual, en la búsqueda de la luz, que pensar que ya la
has encontrado. El primer síntoma de haberla encontrado, es que no lo dirás. Es
que sentirás ese amor del que hablabas por todo el mundo, ah sí, también por
tus “enemigos”. Jesús decía que había de amarse a todo el mundo, también a los
enemigos. Ahí tenemos un primer rasgo de eso que llamamos cristianismo, y que
manipulamos a placer de nuestro propio ego, que se regodea en ese sentimiento
abstracto y conceptual al que llamamos “bien”. Ay, pero hay tanta diferencia
entre la energía que se produce en nuestras moléculas, en nuestras células, en
nuestros átomos, en una manifestación, rodeados de personas buenas, y la que se
produce en un estado de meditación, solitario, en el que el ego se evapora, y
queda el Ser rezumando y vibrando por todos los costales de adentro y de fuera…
que quien no lo ha experimentado a esos niveles, no puede comprenderlos, ni
imaginarlos.
Así que no, la bondad no es un
concepto que podamos desmenuzar a guisa del intelecto, para aplicárselo a esto
sí, a esto no. Verse uno mismo como “bueno”, y proclamarlo a los cuatro
vientos, ya es para mí un síntoma de peligro, procuro, mi esencia procura,
mantenerse alejada de esos discursos tan propios del Ego (es una herramienta
milenaria que tienen las tinieblas para protegerse de la Luz: decir que “ellas
son la luz”). Pero si además la persona que se ve como “buena”, y que lo proclama
alegremente, acusa de “malos” a estos, o a los otros, ya, para mí, es
definitivo: sus palabras no tienen valor ni consistencia. La propia Irene
Montero, mi amada archienemiga intelectual (tengo un cariño inexplicable por
esta mujer), dijo en el debate de la Ser que reunía a varias mujeres de los
principales partidos, que las ideas de Rosario Monasterio (Vox) eran las
contrarias a las suyas, pero recalcó que eran “legítimas”. Le costó dejar salir
esa palabra (su frente fruncida, su voz acelerada, sus ojos que se resistían a
mirarla de frente), pero lo dijo. Yo sé por qué lo dijo. Una porción de interés
electoral (sabe que la gente está cansada de que se repartan carnets de buenas
personas -no me gusta esta expresión, por el simple hecho de que fue Rivera
quien la puso de moda, pero que mi prejuicio no apague la razón), pero, por
otra parte, porque sé que la Conciencia, la Esencia, de Montero, igual que la
de Iglesias, están empujando desde lo más hondo de sus egos. Sus convicciones,
ahora, suenan impostadas cuando las promulgan, añaden una energía artificial y
desmesurada cuando las promulgan, y es, precisamente, porque están atados a
ellas, y tratan de seguir autoconvenciéndose de ellas. Pero la Conciencia ya
empuja (eso se nota, se aprecia) y me hace feliz… En unos años, tal vez, pasen
por el doloroso trance que supone el auto extirparse un prejuicio, como hiciere
mi admirado Antonio Escohotado, y quizá, en la última etapa de sus vidas,
aporten otro mensaje al mundo, más relacionado con el Libre albedrío crístico,
y menos con la imposición de modelos subjetivos, fijados en lo que “Yo
considero bueno, por encima de lo que considere el de enfrente”. Ego y puro ego,
versus, Conciencia y pura conciencia.
El resto, mi amada amiga, pura
ficción.
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