martes, 10 de julio de 2018

De Monogamia y Poligamia...



...Siguiendo con el hilo de una interesantísima discusión en Facebook con Fernando...

Dejo aquí el enlace de la discusión 

Resumiendo, hablábamos de poligamia y de monogamia, en un tono respetable, simpático y jovial. ¡Gracias, Fer!


Y respondo así: 

¡Pues debo decir que interesante contra-contra-análisis el que me ofreces! Viva la dialéctica. ¿Sabes? Hay territorios donde no sirve de nada (práctico) el debatir, pues cuando tocamos las ideologías o la fe, nadie cambiará un átomo de su oponente (dialéctico). Sin embargo, el ejercicio suele ser placentero para el intelecto, y por eso lo hacemos, siempre sosteniendo las riendas de las pasiones y las emociones (porque si nos dejamos llevar por las furias siderales, sucede que damos un mensaje erróneo, en el que probablemente ni pensemos, a parte de perder toda posibilidad de "disfrute" de ese intercambio dialéctico). Dicho lo cual, vaya por delante pues que no quiero convencer a nadie, te planteo una nueva "réplica", y que vayan sumando.


Lo que planteas nos lleva a una reflexión más profunda que lo que la mera y superficial observación de la realidad (¿la realidad?) de nuestro entorno, digamos, podría presentarnos. Lo que propones nos lleva a pensar en la siguiente pregunta: ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? Dejemos de lado los estudios de Darwin, y quedémonos en la vibración metafórica de la expresión popular. La pregunta sería qué fue antes, la naturaleza humana o sus leyes e imposiciones. O formulado de otra manera: Las leyes (morales, éticas, sociales) de las sociedades aparecen por sí solas, o llegamos a ellas tras la observación milenaria de lo que "nos hace bien" y "lo que nos hace mal".


¿Por qué hay setas que son venenosas? Porque pueden matar, o dañar gravemente tu organismo. ¿Cómo reconocemos las que son venenosas? Bueno, hoy, porque hay estudios científicos que explican hasta la saciedad los componentes químicos perjudiciales. ¿Cómo lo sabían nuestros ancestros, desde hace miles de años? Porque, sin saberlo, ya aplicaban el método científico: experiencia y error. A base de meterse en la boca todo lo que manaba del suelo, los hombres ancestrales aprendieron lo que era perjudicial y lo que era beneficioso.


Sirva este ejemplo para ilustrar el tema que nos ocupa: ¿es el ser humano polígamo por naturaleza? Pues mire usted, si atendemos a su cuerpo como único patrón de conducta, sí, lo es. ¿Qué es el sexo? Bueno, digamos que la naturaleza nos sembró en la psiquis una serie de detonantes que activan los aparatos reproductores, para, justamente eso: reproducirse. ¿Podríamos reproducirnos entonces con varios machos o hembras? Pues, como hacen algunos animales (no todos, como el lobo o la golondrina), sí. Vayamos un poco más lejos, vayamos a esos “detonantes”. Esos pensamientos o excitaciones nerviosas que nos suscitan el deseo sexual. Los seres humanos (como otros animales, tales como el perro o el mono) no tardan en relacionar “placer” con “gratuidad”, es decir, no tardan en descubrir que el placer en sí mismo puede experimentarse sin un fin determinado, por el puro y mero hecho de experimentarlo: en este sentido se presenta la “variedad” como un posible y atrayente modo de experimentar placer. Variar de personas, por supuesto, pero también de objetos: ¿por qué no frotarnos contra una farola? Bueno, esa libertad existe, afortunadamente, aunque solo una pequeñísima parte de la gente se lance a tales experimentos (en Londres una mujer se ha casado, legalmente, con una estación de tren abandonada, con la que mantenía relaciones sexuales desde hacía años).

Ahora bien, si en el devenir de la Historia hemos creado las sociedades, teniendo como pilares fundamentales “lo que nos hace bien” y “lo que no nos hace bien”, ¿por qué se constituye el matrimonio monógamo tan tempranamente en tantas sociedades? (Nota: no en todas las sociedades, como sabemos). ¿Pero por qué? ¿Quién se ocupó de reflexionar sobre este punto? En antropología se estudia que la creación de una sociedad nace de la observación de la naturaleza de convivencia, lo cual genera “normas” para preservar esa naturaleza de convivencia, para conducir a los nuevos integrantes de la manada social (los bebés que vienen al mundo), y así mantener el “orden” social que, a priori, existe para hacernos bien, y evitarnos el daño (en ningún restaurante, que yo conozca, se nos sirven setas venenosas como guarnición). Es cierto que las sociedades cambian a base a transgredir ciertas normas, y eso no está mal, en mi opinión, siempre y cuando dichos cambios vayan sujetos a dos principios: la aceptación de la mayoría de la sociedad para crear pilares estables y fundamentales, y el principio de respeto a la integridad del “otro”. Hay ciertos cambios sociales que han conllevado mucho tiempo, muchas lágrimas, un poco de sangre e incluso algún muerto. Pero bueno, la sociedad va avanzando, y hoy los homosexuales pueden constituirse como pareja estable y legal, aceptada por la mayor parte de la sociedad (aunque queden grupúsculos de detractores, algunos violentos, que afortunadamente van desapareciendo con el paso de los años y el empuje de las generaciones).

Pero sigamos con el tema principal: ¿por qué las sociedades, muchas, que no todas, establecieron desde sus incipientes orígenes la monogamia o el matrimonio? Bien, lo sencillo en este caso es decir que ello servía para “imponer” (palabra que utilizas en tu última réplica) una pauta social. Un científico auténtico de la naturaleza humana, un auténtico arqueólogo del pozo profundo de la antropología, no se quedaría en ese simple hecho (por cierto, simplista), sino que se preguntaría por qué.

Se abren dos cauces (el uno no puede negar al otro, pues carecemos de máquinas del tiempo para remontarnos a hace cien mil años y responder a ciertos porqués): El primero es el del “control” que planteas. Podría ser que los primeros gobernantes de las tribus arcaicas establecieran esa pauta para evitar un exceso en la natalidad (aunque los métodos anticonceptivos son tan antiguos como la disociación entre “sexo” y “reproducción”). Por lo que este argumento pierde fuerza… Pero los defensores del mismo encuentran rápidamente otro soporte argumental para no abandonar su juicio (o pre-juicio) del asunto: “la religión”.

Esto abre el segundo cauce: habría que ahondar más en el significado etimológico de la palabra religión (“religare”) y en sus construcciones socio-políticas en las primeras sociedades. En este sentido, y atendiendo al principio antropológico de que el ser humano busca siempre la “facilidad” en sus modos de convivencia, ¿de dónde nace entonces ese “pensamiento” de que la poligamia es mala? Pensar como hombres de hoy, nos oscurecería cualquier reflexión honda del asunto. Hay que dejar bien atrás los pre-juicios para ponerse en el pellejo de aquellos padres y madres de las sociedades humanas. No sería descabellado, por lo tanto, pensar que tal vez el ser humano ya observara en sus inicios que el tener relaciones con varias personas le procuraba malas sensaciones y experiencias. Quizá no durante el acto sexual, donde la mente se confunde, se mezcla, desaparece, sino a posteriori. Tal vez esas prácticas lo llevaban a alimentar sentimientos de frustración, de complejos, de envidias, de celos, de posesiones, de comparaciones. O tal vez, yéndonos aún más a lo más hondo de la psique, a encontrarse con ese horrible sentimiento de “tristeza” o “depresión”, que probablemente el hombre arcaico no pudiera explicar, pero sí sentir. E igual que las setas venenosas, desde muy temprano, tratara de apartarse de aquello, a pesar de que las setas venenosas suelen ser las más vistosas, las más perfumadas, las más apetecibles. Ya, pero matan.

Tal vez, en las Religiones arcaicas, que pretendían establecer una suerte de “re-unión” (re-ligare) con la Naturaleza (mal traducida por Dios, ya por los griegos, ZeusàTheosàDeosàDios), se asentaran esas bases de protección de aquello que nos perjudica y que nos une a la Naturaleza.

Contraargumento: Ya, pero está en la Naturaleza el tener sexo a placer. Sí, también la Naturaleza nos ofrece las setas venenosas, y el ser humano, a base de probarlas, ha comprendido que el ejercicio de contención del apetito le lleva a sobrevivir.

Contraargumento: Ya, pero uno no se muere por tener una vida promiscua. Cierto. Pero ¿qué factura pasa a largo plazo?

Y aquí el debate entre viejos y jóvenes. Los jóvenes dirán: nada. Los viejos dirán: todo. Y en ese todo podríamos hacer relucir esa “tristeza” o “depresión” que aparece en el ser humano tantas veces.

Ya nos adentramos en terrenos inestables bajo nuestros pies. Cierto. En los terrenos de las opiniones, de los juicios individuales y personales, o en ciertos conocimientos que podamos tener cada uno, en base a nuestra propia experiencia, conocimientos provocados por el esquema “experiencia y error”.

Y volvemos así al punto de partida: ¿quién tiene razón? Pues nadie. O todos. Mientras no se haga daño a nadie más, ¿qué tiene de malo pensar u obrar diferente?

Y no queda otra, pues, que hablar de mí (no por nada, simplemente porque soy yo quien está escribiendo esto). Yo he tenido una vida agitada. He probado las mieles de la variedad, he jugueteado con los límites, he bebido de las aguas de las prohibiciones o inmoralidades. Un día, ya en mi juventud, maté el pre-juicio de lo “establecido”, y me lancé a vivir aventuras. Pasé por aquel estadio del Carpe Diem y del “a mí qué me van a decir”. Borracho de juventud, no vi, por ningún lado, que cada acción nuestra siembra repercusiones en el futuro. Ay, cuantos quebraderos y requiebros yo mismo me sembré. Ay cuando la vida me metió a golpe de mortero los frutos de mis acciones hasta el gaznate. Ay que digestión larga y pesada. Pues sí, pasé por una larga depresión, en la que me costó Dios y ayuda entender que yo mismo la había provocado.

Ahí aparecen las inquietudes: ¿por qué sufro? Y luego libros, y psicólogos, y médicos, y medicamentos, y sanciones alimentarias, sanciones alcohólicas, sanciones y más sanciones, que te van, poco a poco, despejando las entendederas. Y luego otras cosas, pues las tenues luces que arribaban me dejaban ver que se me presentaban ya dos opciones: o sedación y vida a medio párpado, o sanación auténtica. Y si yo mismo me había generado aquellas sensaciones, yo mismo debía curarme. Y es en ese momento cuando las fuentes del saber surgen alrededor. Fuentes que no llegan, pues han estado siempre ahí, solo que nunca te habías preocupado de mirar (pues en otras épocas andaba uno más preocupado en otros menesteres); y así destellan de pronto algunos libros de la biblioteca, en los que no habías reparado antes. Aparecen palabras en tu mente, que te hacen buscar más en internet. Algunas personas cobran más importancia en tu vida, porque antes eran puros asteroides periféricos, raros e incomprensibles. Muchas conversaciones re-afloran en uno, porque antes uno no estaba listo para entenderlas. Y llega uno a la conclusión de que, como hiciera Siddharta hace 2.500 años, hay que sentarse, tranquilo, respirar, en soledad, y ponerse a mirarse el interior. Y empezar a comprender. Y empezar a ver los detonantes. A sentir cómo funcionan. A ver cómo uno los ha alimentado a lo largo de toda la vida. Cómo los ha superpuesto por encima de otras cosas. Cómo esos detonantes nos apartan de la auténtica naturaleza que reside en el zumbido de las abejas, en el cri-cri de las cigarras, en el frote del viento con las hojas, en la mirada de mi perrita cuando se queda absorta mirando la chimenea, en los puentes que hacen las hormigas para sortear un riachuelo, en las nubes informes, en los cielos que se ocultan tras las nubes informes. Y uno llega en esos estados meditativos, a establecer, por uno mismo, la conclusión a la que llegó Siddharta, ya hecho Buda, de que “el deseo es el origen del sufrimiento”. Y surgen entonces frases que algún día se adentraron en la conciencia, y que ahí pernoctaban hasta ese deslumbramiento, como el “Niégate a ti mismo” que dijera un hombre sabio y sencillo, al que las mentes tozudas y “controladoras” (aquí te doy la razón) de los que quisieron “institucionalizar” las pulsiones espirituales, lo convirtieron en un personaje mítico e incuestionable, Padre, Hijo y redentor de la Santa Madre Iglesia.

Y en esos estados uno se Niega a sí mismo, niega sus voluntades corporales (momentáneamente) niega su propia mente, y se sume en ese estado de Conciencia del que hablara Buda, y comprende que nada de lo que hay fuera es real, comprende que esa Conciencia grandiosa y sencilla a la par, no es más que la propia Naturaleza que se expresa en nosotros, que se adentra en nosotros, que nos lava del Ego búdico (o del Pecado Cristiano), y que el Ego o el Pecado no son más que construcciones verbales cuya simbología fue aniquilada por el fanatismo de aquellos que quisieron institucionalizar el “dedo” como Realidad, obviando, como es natural, “la luna” a la que señalaba.

Y dicho lo cual, nada de lo que yo diga podrá modificar ni un átomo de tu pensar, ni nada de lo que me digas tú podrá sembrar un ápice de duda en mi propia experiencia. A partir de ahí, solo digo: vivamos dejándonos llevar por las pulsiones y los detonadores, tan libremente como podamos, como se nos permita. Intentemos, al menos, no hacer ningún mal a los otros. Y si algún día, ya entrados en años, sentimos que la vida se nos desinfla, tal vez, sea el momento de bajarse del carro, y de sentarse bajo un árbol a hacer ese viaje al interior que hiciera, hace 2.500 años, Siddharta Gautama. Entonces entenderemos muchas cosas (sobre todo a los más viejos), y nos sentiremos deliciosamente mudos al comprender que ninguna experiencia real e íntima puede transferirse al otro, ni siquiera con el “torpe lenguaje”.

Concluyo, pues, con el esquema de vida que trato de seguir con rigor, pues lo otro ya lo probé, y casi me va la vida en ello:

Contención + Negación = Felicidad, Luz, Paz.

2 comentarios:

  1. Mi querido Marcos: lo primero, disculpa el retraso en la contestación, que estoy hasta arriba de trabajo y no tengo ni un rato... Como bien dices al principio de tu blog, es un gustazo poder dialogar así, hay pocas cosas que me gusten tanto como poder hablar con cualquier persona sin importar sus ideas, especialmente cuando son muy distintas a las tuyas… lo cual, ya de por sí, es muy muy relativo, pues aunque parezca que tú y yo podamos pensar muy distinto en ciertos asuntos, es, como casi siempre entre los humanos, más lo que nos une que lo que nos separa en nuestras ideas.

    En cuanto al debate del que partimos (que en realidad aun no había entrado de lleno en el tema monogamia-poligamia, sino en una antesala), me parece muy interesante tu réplica, sobre todo porque se basa en una experiencia vital -por lo que veo muy intensa- que te ha hecho llegar a ciertas conclusiones… si bien con los años he aprendido que las conclusiones que vamos tomando en la vida no suelen ser nunca definitivas, y eso es lo bonito de la vida, que nuestras ideas sobre todo lo que nos rodea (lo divino y lo humano) van cambiando del mismo modo que la vida (nos) cambia. Por eso mismo soy de los que piensan que, igualmente que es sabio el que rectifica, también lo es el que cambia de ideas y de forma de vivir según las vivencias que va teniendo. Y esos cambios de mentalidad se dan tanto por las experiencias propias en nuestras carnes, como (en menor medida) las que otros cercanos nos dicen que han vivido. No lo considero debilidad mental o maleabilidad, como pudiera quizás pensarse, sino más bien tener una mente abierta que deja pasar todo lo que le llega filtrándolo lo más sabiamente que nuestra experiencia nos haya enseñado. Por ello pienso que tanto tus ideas como las mías no deben jamás servir para intentar cambiar la manera de pensar del otro pero, a poquitos, al final lo hace sin pretenderlo…

    Ahora sí, en cuanto al cuerpo del debate, como bien dices creo que no hay nada más inteligente que ir a la raíz de cada tema para entenderlo (y por tanto para arreglar cualquier problema que pueda plantearse, quedarse en la superficie y no ir al porqué es una pérdida de tiempo y además no soluciona el problema ni te permite entender el tema), y en Facebook aun no nos habíamos puesto a ello.

    Tu teoría de las setas venenosas es muy lógica, pero creo que no ahonda en el tema. El ser humano ha ido aprendiendo, como dices, por el método de ensayo y error. Efectivamente es difícil o casi imposible saber si vino antes el huevo o la gallina, pero hay estudios, muchos, que llegan a conclusiones sobre la razón de la monogamia en los mamíferos que tienen que ver con centrar los esfuerzos en la protección de una sola hembra y sus crías, teniendo en cuenta los largos periodos de gestación, la necesidad de salir a cazar y en el caso de los humanos, posteriormente con la llegada de la agricultura, sus tierras y por tanto su sustento. Precisamente ahí tiene su origen, entre otras cosas, el machismo. El hombre, por ser más fuerte y dedicarse a la caza y recolección, es el que trabaja mientras la mujer cuida de las crías, lo cual, con el paso de los siglos lleva a una idea establecida por milenios de la mujer como mera cuidadora, incapaz de hacer un trabajo distinto aunque así lo desee.

    ResponderEliminar
  2. Es decir, estamos ante un proceso de evolución, algo comenzado por la naturaleza… o más bien por el hombre para adaptarse a su naturaleza y necesidades. Se encontró la solución de la monogamia como podía haberse encontrado cualquier otra. Pero… la sociedad cambia, ha tenido miles de años para evolucionar y lo ha hecho. Ya no vivimos en cuevas, ya no tenemos que salir a cazar ni a cultivar nuestros propios campos para sobrevivir, es decir, ya no tenemos los mismos problemas y necesidades. La mujer sigue dando a luz a las crías, pero sus pretensiones han variado, quieren poder hacer lo mismo que los hombres sin verse restringidas a un solo ámbito, hay soluciones para cuidar a las crías… y con ello, han cambiado las posibilidades, tenemos suficientes avances como para permitirnos libertades antaño imposibles. Pueden por ello existir sistemas sociales polígamos bien estructurados, no solo basados en el deseo y el desorden, en el que la ayuda mutua permita la cría y educación de los vástagos.

    Y en cuanto al deseo y la libertad de los que pueden permitírsela, no es nuevo, ya los egipcios, etruscos, griegos… practicaban, por ejemplo, la homosexualidad. Pero el avance de las religiones, que pretendían mantener un status quo en el que poder manejar más fácilmente a sus, creo que bien engañados, fieles, fueron restringiendo tanto esta libertad como todas las demás, incluida la de aparearse con otras personas de sexo contrario. Y es que el deseo forma parte irremediable del ser humano, y está en la mano de cada uno decidir cómo gestionarlo. Es decir, no hay una forma buena o mala, mejor o peor. Tú, según tus vivencias y conocimientos, has decidido controlarlo y enfocar la vida hacia la contención porque es ahí donde has hallado la felicidad.

    Yo, sin embargo, con mis 31 años de vivencias, también muchas, con muchas personas, muchas parejas, y muchas situaciones agradables y desagradables, depresiones, lecturas de Hesse y otros autores, que han acabado por enseñarme que, hoy en día, con esta edad, lo que prefiero (no debo, pues no se lo que se debe y lo que no) hacer es no atarme a nada ni nadie y vivir en la idea de que nadie es de nadie, de que amar significa no poseer al otro, dejar vivir a cada uno con sus sentimientos e instintos, siempre dentro de contratos comunes de convivencia entre todos. Y no por deseo, creéme, sino porque he hallado mucha infelicidad en relaciones cerradas, inflexibles, en las que la otra persona pensaba que solo era válido amarme a mí y a nadie más, lo que le llevaba a perder amistades por dedicarme todo su amor, y sobre todo –y mucho más perjudicial- desarrollar ideas de posesión, celos y obsesión. Y como decía en fb, precisamente ahí está el meollo de, por ejemplo, la violencia y asesinatos machistas, pues hay personas que no saben controlar esa monogamia, creen que ella es suya, y él suyo, se poseen, y si miran a otro u otra, los celos, las discusiones, y la violencia, salen con enorme fuerza.

    Pero eso es lo que pienso ahora, consecuencia de mis vivencias y mi situación personal, y es bastante probable que dentro de unos años, o meses, o días, cambie. O no. Según vaya ensayado, acertando y fallando. Y así funciona la vida. Y si sale mal el plan, tocará arrepentirse… o aceptar que la vida es puro caos. Y ahí reside mi única fe, como la de Aronofsky. :)

    ResponderEliminar

Que el mundo se me parezca

  Que el mundo se me parezca   El confinamiento nos ha traído, aparte de algunas otras decenas de cosas, reflexión. Es cierto que estamo...