5. Del por qué lo hacen
Un pequeño grupo de puntos no puede decidir algo que impactaría gravemente en todo el plano. Ha de ser el plano el que decida. Entonces, ¿por qué lo hacen?
He
ahí el dilema.
La pregunta se me antoja harto
compleja. O harto sencilla. El problema es que ni A ni B entienden que X es X.
Así que, disertando sobre el significado de esta última X, el terreno pierde
estabilidad bajo nuestros pies.
Hay explicaciones identitarias:
Cataluña ha tenido desde sus orígenes rasgos de identidad distintivos, que la
separan de los rasgos identitarios de otras comunidades. Este argumento queda
inválido si entendemos que todos tenemos rasgos identitarios propios y
comunitarios. Si entendemos que los gallegos los tienen, los asturianos, los
valencianos, los murcianos, los madrileños, los andaluces. Si entendemos que
esto se produce en todo el Mundo, desde la última aldea de la Bretaña francesa
hasta el pueblito más recóndito de Alaska. Eso no impide la creación de un
territorio, de un plano, que comprenda la fusión entre identidad regional e
identidad estatal. De ahí que haya un gran número de catalanes que se sientan a
la par catalanes y españoles, como lo hay de bretones que se sienten también
franceses.
Hay explicaciones históricas. En
el revuelo de los años y de la historia, vemos ciertos momentos en que, cuando
se trabajaba en la construcción de un plano compacto, se dejaron cabos sueltos,
que tienen por consecuencia lo que vivimos hoy en día: hay puntos discordantes
que se sienten solo catalanes, y no españoles. Esto no es malo, es humano, nos
pasaría a cualquiera. Pero para desarrollarlo un poco más tenemos que pasar al
siguiente punto:
Hay explicaciones emocionales.
La diferencia entre Estado y Nación podría despejar muchos debates. A veces
escucho, sobre todo en España, que ambos conceptos se mezclan sin hacerse la
distinción oportuna. Tan solo oigo a Podemos diferenciándolos como corresponde,
sin embargo nunca hacen una aclaración conceptual, para aclarar los términos en
los debates: asumen que todos entendemos la diferencia, y no es así. La
diferencia es sencilla: “Estado” es la unión territorial a través de una
administración, son las leyes y los papeles. “Nación” es la unión territorial a
través de una historia y cultura comunes, a veces de una lengua (no
forzosamente). Nación es la emoción de pertenencia a un territorio. Igual que A
no puede imponer a B su significado de X, los españoles no podemos imponer a
los separatistas que se sientan españoles. Es el primer error de los españoles:
asumir que los catalanes deben sentirse españoles. Las leyes están para dulcificar
las conductas, no los sentimientos. Asimismo, el error de los separatistas es
asumir que el Estado reconozca la separación “estatal” que plantean. Las leyes
son las que tenemos. Si queremos cambiarlas, hay que jugar más y mejor. Pero no
las cambiamos por inspiración cósmica, ni con imposiciones unilaterales de un
grupo de puntos. Ni el Estado Español puede obligar a los independentistas a
sentirse españoles, ni los independentistas pueden obligar al Estado Español a
que reconozca, administrativamente, que no son españoles. Ambas cosas son
absurdas (en el contexto actual). Y quizá por todo ello, la propuesta de
Podemos resulte la más equilibrada: plantear una “reformulación” que modernice
el país, y que disuelva algunos elementos (que aún resultan confusos) en el
debate: un país de naciones. No es algo descabellado, hay muchos países constituidos
por varias naciones: es una forma madura de volver a pactar la convivencia de
los puntos en un plano.
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