4. De las reglas del juego
Todo
esto ha sido un vasto marco. Un vasto marco para tratar de encuadrar el
problema que presenta la independencia de Cataluña.
Jugamos con el lenguaje, un
lenguaje dirigido hacia objetivos e intereses propios:
En
primer lugar, hablan de democracia. El lenguaje es muy sencillo de utilizar,
palabras como “democracia” o “libertad”: todos podemos hacerlo. Intentadlo:
miraos al espejo y decidlo. Es muy fácil (yo lo he hecho esta mañana, y os aseguro
que se puede). Ahora bien, ¿con qué uso se emplean estas palabras?
He
escuchado a los independentistas catalanes hablar de que un referéndum sería
democrático. Estoy de acuerdo, pero si el referéndum se produce en toda España:
si todos los puntos del plano deciden algo que concierne a todo el plano. Pero
un grupo de puntos que supone una pequeña porción del plano no puede decidir
algo que trastocaría por completo a todo el plano. Los puntos se tocan, y lo
que afecta a un punto le afecta a otro. Por lo tanto, no pueden hablar de
“democracia” si se aplica solo a su territorio en concreto. En primer lugar por
humanidad, por respeto al resto de puntos que coexisten en el plano. En segundo
lugar, por respeto a esas leyes que nos amparan a todos, y que nos permiten
dormir por las noches. No podemos hacer nada fuera de la ley y esperar que esta
no actúe para devolvernos a nuestro sitio: es el mecanismo: por eso existe.
Por
lo tanto, no podemos hablar de “presos políticos” cuando hablamos de los
líderes catalanes encarcelados tras el procés.
¿Por qué no? Pues porque han cometido delitos que afectan a todo el plano. Y
además han promovido, sirviéndose de su influencia, mensajes para generar
conductas que vayan en contra del plano. Las leyes, construidas a lo largo de
milenios, maduradas y equilibradas, contemplan dichos actos como delitos, pues prevén
las consecuencias que pueden traer consigo. Y por ello se les penaliza, ¿cómo?
Con los procedimientos dispuestos por la justicia. ¿Que lo entienden? Bien.
¿Que no lo entienden? Bien también. Las leyes no están para que un grupo
pequeño de puntos las cuestionen. Las leyes deben de ser modificadas por una
mayoría de puntos en el plano: las leyes están para preservar la unidad del plano.
Un plano construido con siglos y siglos. Un plano cuyo único fin es que cada
puntito salga beneficiado lo máximo posible de esa unión.
Y
me dirán (yo mismo me lo digo): “ya, pero es que resulta que el gobierno
central es centralista, que no demuestra una actitud muy democrática cuando
defiende los privilegios legales, penales o económicos, en base a sus
disposiciones o intereses”. Y respondo (me respondo): “cierto, así es, pero es
que resulta que están ahí porque han llegado a través de los cauces legales de
que disponemos. Y si no nos gusta, pues a trabajar juntos por cambiar el
panorama”. Y ahí declaro, sin ser forzosamente de ningún partido, que los
caminos elegidos por Podemos o por Ciudadanos, son los correctos. Los aplaudo. Pueden
ser rivales, como lo somos jugando al parchís, pero eso no impide que respeten
las mismas reglas. Si no, no se puede jugar.
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