3. De Walking
Dead y la estabilidad del plano
Comparto
ahora una reflexión que se entretiene conmigo desde que soy pequeño: a veces me
parece increíble que hayamos llegado a construir esta sociedad. Lo más lógico
sería pensar en una suerte de Walking
Dead, en una jungla donde impere la ley del más fuerte. Y así debió ser
hace miles de años. Hasta que un grupo de personas, por pura supervivencia, y
observando que el mejor estado del ser humano es la paz, decidieron asociarse
para imponer sus modelos. Para imponer un modelo a veces hay que pasar por
episodios violentos, y así entendemos las mil y una guerras que hemos padecido,
que padecemos, y que padeceremos en el futuro. Pero al menos estamos en un
momento de la Historia que me parece sorprendente: puedo dormir por las noches,
sin miedo a que alguien entre en mi casa a robar mi comida, a violar a mi novia
y a huir con los caballos. Puedo dormir, y sé que no es por la bondad innata
del ser humano. Sé que la mayor parte de los seres humanos no buscan problemas
ni enemistades (también es un modelo que ha sido implantado y asumido en la
sociedad), pero también sé que existe el egoísmo (conozco el mío propio, y no
resulta difícil adivinar que existe en algunas personas más). Y sé que hay
ciertas inercias humanas, más en contacto con “lo salvaje”, que se ven atenuadas,
si no interrumpidas, por el “temor” a
las leyes. Vivimos en una sociedad “segura”, entre comillas. Y no es porque
existan cuerpos del orden que aseguren cada esquina de mi ciudad, sino porque
existe la “ilusión de que existen”, como decía Paul Valéry. Y bendita ilusión,
que me permite dormir por las noches, por el momento. He dicho que es una
sociedad segura, pero no estable. La estabilidad se trabaja a diario, y en ello
se está. Por ello creo que podemos conceder un mínimo de crédito a las palabras
de Jack “el afortunado”: “A los hombres hay que gobernarlos. A menudo no se
hace sabiamente, pero aún así hay que hacerlo”. El doctor Maturin se opone, por
supuesto: “esa es la excusa de todos los tiranos de la historia, desde Nerón
hasta Bonaparte”. Bueno, es un lícito debate, del que no quiero ocuparme aquí. El
curso de la historia, las luchas ideológicas entre todos los Jack y todos los
Maturin, nos han permitido encontrar una suerte de equilibrio en el que existen
las leyes, en el que las penas por los delitos se han ido dulcificando,
humanizando: ya no hay pena de muerte, ya no hay torturas ni trabajos forzados.
Al menos en nuestros Estados (ya sé que una gran parte del mundo padece aún de
tantas cosas: pero sé que estamos todos, como planeta, inmersos en este proceso
por encontrar los equilibrios, y que el camino sigue y seguirá. No me pongo una
venda en los ojos: solo trato de abordar el tema de la independencia catalana).
No hay torturas ni trabajos forzados: pero sigue habiendo prisión, sigue
habiendo condenas, sigue existiendo el principio ilustrado de penalizar las
faltas, aplicándose una justicia pactada por la mayoría. Una justicia y unas
leyes, que, como sociedad, siguen madurando y cambiando, y seguirán así
siempre, adaptándose a una sociedad en movimiento. Cierto que a algunos de los
puntos del plano les gustaría que las leyes que preservan el plano se movieran
en la dirección que ellos desean. Pero las leyes tienden al equilibrio entre
las querencias e intereses de todos los puntos. Por ello el “juego de la
democracia”. Existen programas políticos, existen elecciones, existen pactos y
acuerdos, y todo ello enmarcado en una legalidad, a priori, pactada entre
todos. Y las leyes no son inmutables: pueden modificarse, lo hacen, de hecho. Pero
para ello, hay que respetar las reglas del juego: hay que labrarse simpatías
entre la mayor parte de los puntos, y presentar modificaciones que convenzan a
esa mayoría de puntos. Estaremos a favor o en contra de Podemos, pero no
podemos negarles que están jugando con las reglas del juego: son partido,
buscan convencer para crear mayorías, y con ello llevar a cabo proyectos. Como
lo hacen todos.
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