martes, 3 de abril de 2018

El punto contra el plano III


             3. De Walking Dead y la estabilidad del plano

            Comparto ahora una reflexión que se entretiene conmigo desde que soy pequeño: a veces me parece increíble que hayamos llegado a construir esta sociedad. Lo más lógico sería pensar en una suerte de Walking Dead, en una jungla donde impere la ley del más fuerte. Y así debió ser hace miles de años. Hasta que un grupo de personas, por pura supervivencia, y observando que el mejor estado del ser humano es la paz, decidieron asociarse para imponer sus modelos. Para imponer un modelo a veces hay que pasar por episodios violentos, y así entendemos las mil y una guerras que hemos padecido, que padecemos, y que padeceremos en el futuro. Pero al menos estamos en un momento de la Historia que me parece sorprendente: puedo dormir por las noches, sin miedo a que alguien entre en mi casa a robar mi comida, a violar a mi novia y a huir con los caballos. Puedo dormir, y sé que no es por la bondad innata del ser humano. Sé que la mayor parte de los seres humanos no buscan problemas ni enemistades (también es un modelo que ha sido implantado y asumido en la sociedad), pero también sé que existe el egoísmo (conozco el mío propio, y no resulta difícil adivinar que existe en algunas personas más). Y sé que hay ciertas inercias humanas, más en contacto con “lo salvaje”, que se ven atenuadas, si no interrumpidas,  por el “temor” a las leyes. Vivimos en una sociedad “segura”, entre comillas. Y no es porque existan cuerpos del orden que aseguren cada esquina de mi ciudad, sino porque existe la “ilusión de que existen”, como decía Paul Valéry. Y bendita ilusión, que me permite dormir por las noches, por el momento. He dicho que es una sociedad segura, pero no estable. La estabilidad se trabaja a diario, y en ello se está. Por ello creo que podemos conceder un mínimo de crédito a las palabras de Jack “el afortunado”: “A los hombres hay que gobernarlos. A menudo no se hace sabiamente, pero aún así hay que hacerlo”. El doctor Maturin se opone, por supuesto: “esa es la excusa de todos los tiranos de la historia, desde Nerón hasta Bonaparte”. Bueno, es un lícito debate, del que no quiero ocuparme aquí. El curso de la historia, las luchas ideológicas entre todos los Jack y todos los Maturin, nos han permitido encontrar una suerte de equilibrio en el que existen las leyes, en el que las penas por los delitos se han ido dulcificando, humanizando: ya no hay pena de muerte, ya no hay torturas ni trabajos forzados. Al menos en nuestros Estados (ya sé que una gran parte del mundo padece aún de tantas cosas: pero sé que estamos todos, como planeta, inmersos en este proceso por encontrar los equilibrios, y que el camino sigue y seguirá. No me pongo una venda en los ojos: solo trato de abordar el tema de la independencia catalana). No hay torturas ni trabajos forzados: pero sigue habiendo prisión, sigue habiendo condenas, sigue existiendo el principio ilustrado de penalizar las faltas, aplicándose una justicia pactada por la mayoría. Una justicia y unas leyes, que, como sociedad, siguen madurando y cambiando, y seguirán así siempre, adaptándose a una sociedad en movimiento. Cierto que a algunos de los puntos del plano les gustaría que las leyes que preservan el plano se movieran en la dirección que ellos desean. Pero las leyes tienden al equilibrio entre las querencias e intereses de todos los puntos. Por ello el “juego de la democracia”. Existen programas políticos, existen elecciones, existen pactos y acuerdos, y todo ello enmarcado en una legalidad, a priori, pactada entre todos. Y las leyes no son inmutables: pueden modificarse, lo hacen, de hecho. Pero para ello, hay que respetar las reglas del juego: hay que labrarse simpatías entre la mayor parte de los puntos, y presentar modificaciones que convenzan a esa mayoría de puntos. Estaremos a favor o en contra de Podemos, pero no podemos negarles que están jugando con las reglas del juego: son partido, buscan convencer para crear mayorías, y con ello llevar a cabo proyectos. Como lo hacen todos.


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