martes, 3 de abril de 2018

El punto contra el plano II


           2. De Master & Commander

           Recuerdo la película Master & Commander. Es una película con un pie en el postmodernismo, y otro en el cine clásico de aventuras. En el postmodernismo porque no hay buenos ni malos, solo víctimas de las circunstancias. En el cine de aventuras porque, bueno, ya lo sabéis (y si no, os invito a que la veáis). Acompañadme a su lado postmoderno: todos recordamos al capitán Jack Aubrey (Russell Crowe) y al doctor Stephen Maturin (Paul Bettany). El inglés y el irlandés. El clásico y el moderno. El tradicional y el innovador. El conservador y el progresista. El español y el catalán (que podrían interpretar otros). En fin, tantas lecturas como queráis (estamos en el postmodernismo). Todos recordamos aquellas tardes en alta mar en las que pasaban las horas tocando el violín y el celo. Y vemos que en aquellos deliciosos momentos no había diferencias ideológicas ni de clase o estatus. La música fundía sus identidades en una identidad única, la magia del desaparecer por un instante, para ser, simplemente, la misma cosa. Es una sensación particular que se experimenta (a veces, según cuándo y con quién) al tocar un instrumento. Ay, ¿cuándo dejamos, España y Cataluña, de tocar música juntos?
        Pues bien, hacia la mitad de la película asistimos a un episodio que muestra claramente la tendencia de cada personaje (el capitán conservador, el médico progresista): se trata del momento en que debaten acerca del castigo que se va a infligir a uno de los marineros, por haber faltado al respeto a un oficial. El argumento de Aubrey es que el castigo permite corregir esa actitud en futuras ocasiones, tanto para el marinero en cuestión, como para el resto. El doctor se opone, argumentando que esas prácticas son más propias de tiempos pretéritos y costumbres bárbaras. Para el capitán el castigo sirve para provocar un temor, que nos lleva a la obediencia, para él, es la única forma de mantener un orden y una colaboración jerárquica, para poder capitanear un barco. El doctor sigue oponiéndose. Es una discusión interesante, pues vemos cómo en ambos se funden la razón (sus razones) y la pasión (una sola pasión). La pasión es un solo cuerpo, con muchas caras diferentes: todos los humanos compartimos la pasión, aunque asumamos caras diversas. La razón es un solo cuerpo, con una sola cara: cada humano tiene su razón (X=?). ¿Sabéis por qué es un pasaje postmoderno? Porque ninguno de los dos tiene razón: al menos la película no nos invita a identificarnos con uno de los dos, sino con los dos y con ninguno al mismo tiempo (otra cosa es que hagamos una lectura a partir de nuestras opiniones). El postmodernismo nos propone apartarnos de la artificialidad dirigida y estable de la ficción, donde los héroes son héroes y los villanos son villanos, y nos acerca a nuestra realidad palpable y cotidiana, donde no hay buenos ni malos: cada cual tiene sus razones. (Hay, siempre, excepciones claras en las que todos coincidimos en ver a un(a) asesino(a) psicópata(o) como un asesino psicópata à X=X. Qué placer el hermanar juicios).
            Para mí, el capitán representa la derecha y el médico la izquierda. Por eso, personalmente, no soy de derechas ni de izquierdas. O soy de ambas. Quizá dedique unas palabras a esta cuestión en futuras entradas (o salidas).
            El capitán no tiene confianza en el ser humano: intuitivamente sabe que para cada individuo X es una cosa diferente, así que no cree en el diálogo y la comprensión. El médico sí cree en el individuo, cree en la organización colectiva, cree que, aunque cada uno tenga una visión de X diferente, todas pueden debatirse, y cada individuo cederá ante el peso de la razón, provocando una armonización del significado de X. Si todo fuera tan fácil… la Historia se empeña en demostrarnos que esto no funciona. Siempre habrá individuos discordantes que quieran imponer su significado de X a los demás, primero con palabras, luego con violencia. Hemos convenido en llamar a esto guerra.  
            El argumento del capitán es el argumento de Rajoy (y de una clara mayoría de españoles): las reglas son estas, y necesitamos respetarlas (y hacerlas respetar) para poder seguir navegando. Sin embargo, el argumento del médico no sería exactamente el del independentismo, por diversas razones (entre otras, que el independentismo no está ligado forzosamente a una derecha o una izquierda).
El conflicto se encuentra entre la visión de un plano y la visión de un punto. El plano se compone de una infinidad de puntos, y para sobrevivir como plano, debe contemplar a todos los puntos: si un punto falla, podría desestructurar todo el orden del plano. A veces hay puntos que padecen más que otros, lo cual produce una vibración inarmónica que perjudica a la totalidad del plano. Un buen dirigente (un buen capitán), debe tener una visión, en todo momento, de todos los puntos y de cada uno de ellos. Debe saber leer el curso de su sociedad, para poder prever la vibración inarmónica de los puntos discordantes. Un buen dirigente habrá de fundir en sí la razón del capitán con el corazón del médico. Si no, estaríamos ante casos de totalitarismos o de anarquías. Un buen dirigente debe entender la Historia del plano: cómo discurrió la Historia hasta nuestros días, cómo se constituyó el plano, con todos los puntos que lo componen. Debe saber leer, por lo tanto, la naturaleza de cada punto, y prever que si hacen esto o dejan de hacer lo otro, el punto reaccionará en tal o cual dirección. Este es el primer problema ante el que nos encontramos: nuestros dirigentes no han sabido entender los puntos que componen el plano, ni su pasado, ni su presente, ni, por supuesto, su futuro. Pero, aparte de esto, es del todo comprensible que un plano quiera defender su integridad de plano, y que quiera preservar todos los puntos.
            Por otro lado, el punto vela por sí mismo. Eso es natural. Pero o entiende que forma parte de un plano, o está avocado a padecer las consecuencias: como el marinero que recibe unos latigazos en Master & Commander. Me extiendo un poquito en este punto:
            Una reacción natural, en muchas personas, será la de romper la metáfora (acto comunicativo indirecto), y de asumirla como un hecho (acto comunicativo directo). Pues no. Respetemos las metáforas, porque son la única forma de poder tratar cuestiones abstractas y complejas (como la metáfora del recipiente de pienso y la cubitera extraterrestre). No digo que haya que “dar latigazos” a nadie. Pero sí afrontar las consecuencias. ¿Consecuencias mudables? ¿Consecuencias cambiables? Por supuesto: creo en el curso y mejora de la sociedad.


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