martes, 3 de abril de 2018

El punto contra el plano I



            1. De la dificultad del asunto

            Hablar de esto es difícil. Muy difícil.
O en realidad es muy sencillo.
El problema no está en la producción de palabras. El problema está en que ambos componentes del acto comunicativo acuerden y compartan referentes. Y eso no va a pasar. ¿Por qué? De nuevo Platón: porque la Realidad se nos escapa, y vivimos en un mundo de proyecciones y conceptos volubles e ilusorios. La realidad de los animales es mucho más clara: ningún perro se pondrá a debatir con otro perro acerca de si lo que tienen en frente es un recipiente con pienso, o bien se trata de una cubitera con fragmentos de meteorito. El perro está libre del concepto. El ser humano no.
En una comunicación ideal, el emisor (A) y el receptor (B) compartirían el referente (X). Para A y para B, X sería la misma cosa. Pero para A, X es una cosa, y para B, X es otra diferente. Vamos con las fórmulas:

AàX=X
BàX=Y

Es decir, que para A, el recipiente con pienso, es un recipiente con pienso.
Para B, el recipiente con pienso, es una cubitera con fragmentos de meteorito.

Vamos con el problema catalán.
A partir de mi ecuación: ¿quién sería A y quién sería B? à Tenemos el segundo
problema:
            Para el Estado Español (y el grueso de los españoles) ellos son A, pues resulta evidente que X es X. Y asimismo B representa a los independentistas, pues para ellos X es otra cosa alejada de la realidad, o sea, Y.
            Muy bien. Pero si volteamos el pancake, vemos que para los independentistas ellos son A (X=X, no podría estar más claro), y que el Estado Español o la mayor parte de los españoles, son los que ven X como Y.

            Tenemos, por lo tanto, dos problemas:
            El primero es que A y B no comparten su visión de X.
                  El segundo es que A cree que es A y B cree que también es A.

No me atrevería a decir (yo) quién es A y quién es B. Quizá el problema es que ninguno es A, en verdad. Ninguno conoce la realidad de X. Ambos viven en una proyección ilusoria productora de conceptos, y ninguno se detiene a valorar el recipiente de pienso como un simple recipiente de pienso.

             Por ello insisto en que es difícil hablar de esto. Además no quiero incurrir en la facilidad de deslizarme hacia un polo, para granjearme los aplausos de la mitad de mis amigos, y los desprecios de la otra mitad. Mi naturaleza no es humilde. Es soberbia. Pero la vida me ha enseñado (a través de la experiencia y el error, y por tanto, del sufrimiento) que la humildad debe ser un objetivo al que mirar siempre. A veces, para expresarse, conviene reposar las ideas un buen tiempo, y, por qué no, tratar de auto-contradecirse un poco. Pero claro, tampoco quiero caer en la tibieza, pues la tibieza nos hace débiles ante nuestro propio ego. Es difícil (ya lo dije al principio). Pero allá voy.

            No quiero entrar a valorar quién es A y quién es B. Porque creo que para los españoles anti-independentistas España es un concepto, y para los catalanes independentistas, España (y Cataluña) son conceptos diferentes. Creo que para ninguno de los dos X es X en realidad, aunque ambos piensen que sí.

            Pero estas cuestiones filosóficas nos sirven para divagar un poquito en estas aguas magnéticas de internet, mas no para gobernar un país o una comunidad. Aunque sería ideal que todos (políticos y ciudadanos) compartiéramos nuestro referente (X=X), la realidad nos muestra a diario que esto no es así. Y el mundo sigue, la sociedad no se puede detener, así que sigamos en la batalla diaria (haciéndonos el menor daño posible).


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